Page 23 - Llaves a otros mundos
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semilla de tamarindo común y corriente. En cualquier caso quería averiguarlo,

               pues igual había una historia interesante detrás de ella y quería conocerla.
               Guardó la semilla en el bolsillo de su blusa y salió del cuarto.

               Su mamá seguía muy ocupada recogiendo el desastre que ella misma había

               hecho. De puntitas, Ana salió del departamento y cerró la puerta. No esperó el
               elevador y bajó rápidamente todas las escaleras. Salió del edificio.

               —¿Rana? ¿Dónde estás? ¡Ranita!


               Ana comenzó a llamar al pequeño animal. Se fijaba muy bien en cada rincón y
               tenía cuidado a cada paso que daba para no pisarla.


               —¿Ranita? ¡Rana! —Ana la seguía llamando.


               —En realidad no soy una rana —oyó entre dos arbustos. Ana se asomó y vio a la
               no-rana.


               —¿Ah, no? —preguntó Ana—. ¿Entonces qué eres?


               —Todo tiene una explicación —contestó la rana—. Pero lo que importa ahora es
               que te encontré —continuó—. Vine saltando toda la noche hasta aquí, pero valió
               la pena.


               Ana miró con más cuidado a la rana. Había algo familiar en ella.


               —¿Nos conocemos? —le preguntó.


               —¿No me reconoces? —contestó la rana—. Mírame bien, te doy tres para que
               adivines.


               Adivinanzas. Un juego que Ana disfrutaba con su papá.

               —Mmmmh, pero dame pistas.


               La rana pensó un momento.


               —Cada viernes te llevo a comprar un helado en la camioneta. Tú pides de fresa y
               chocolate, y yo de nuez. Nos lo comemos de regreso a la casa, antes que tu
               mamá vuelva de su reunión semanal con sus amigas.
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