Page 61 - El valle de los Cocuyos
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cafeto con orgullo.
Jerónimo sonrió, e instantes después se quedó dormido mirando las lucecitas
rojas que eran el fruto del árbol protector.
El Pajarero atisbaba entre el ramaje para ver si veía al amo del volcán, pero el
cafeto le dijo que descansara.
Por la mañana, el cafeto abrió sus alas y Jerónimo y el viejo vieron con nitidez el
volcán, montaña pétrea y terrorífica cuya cima se perdía en un humo negro.
Alto, muy alto, el viejo y el niño alcanzaron a percibir a Halcón Peregrino, que
iba y venía como un rayo entre las nubes.
—¿Por qué en todos estos años nunca habías pedido ayuda a Silbo Brumoso y a
las aves de las montañas Azules? —preguntó Jerónimo al invisible Pajarero.
—Ninguno de mis amigos ha sido ajeno a mi búsqueda, todos de corazón han
querido ayudarme. Pero yo no se los he permitido —contestó el viejo.
—¿Por qué, Pajarero? —le volvió a preguntar Jerónimo.
—El Consejo de Ancianos de mi pueblo me condenó a efectuar mi búsqueda
solo, hasta que un niño tuviera el valor de proponerme su ayuda. Tú has tenido
ese valor, Jerónimo... —contestó el Pajarero con voz temblorosa.