Page 60 - El valle de los Cocuyos
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Jerónimo, sin sorprenderse (ya no se le hacía raro que todo el mundo conociera a

               Anastasia), empezó a hablar de ella, a contar la vida de los dos en el valle. Le
               habló de las lagartijas, de los cocuyos, le contó lo de las historias en los
               caparazones de las tortugas.





               El Pajarero Perdido preguntó al cafeto si sabía algo del Espíritu del volcán de
               Piedra.






               —Va a venir, lo sé porque hay un viento frío que sopla hace días y es el anuncio
               de que su presencia se acerca —dijo el cafeto.






               —¿Has visto a los alcaravanes? —preguntó el Pajarero con angustia.






               —Sí, los vi la última vez que el Espíritu vino al volcán. Me parecieron cansados.
               No sé si ahora los traerá consigo... —casi susurró el cafeto.





               —No, no digas eso —gimió el Pajarero Perdido.






               —Perdona, amigo, pero no puedo mentirte —dijo el árbol de café, compungido.






               —¿Por qué creces aquí solito, a la vista de ese lugar tan feo? —preguntó de
               pronto Jerónimo al árbol.






               —Tiene que haber alguien que proteja a los caminantes como tú y el Pajarero del
               Espíritu del volcán y de los pájaros del Olvido. Bueno, pues ese soy yo —dijo el
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