Page 65 - El valle de los Cocuyos
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La oscuridad volvió y el viejo y el niño regresaron al refugio que les brindaba el
               árbol de café. Ninguno de los tres pudo dormir. Poco después de la medianoche,
               la luz de la luna que bañaba el volcán fue borrada por una sombra.






               —Ahí está —dijo el cafeto en un murmullo.






               Nadie respiraba. El Pajarero y Jerónimo estaban paralizados.






               En la tremenda oscuridad solo pudieron distinguir dos tenues luces rojo-doradas
               que parecían volar volcán arriba.





               —¡Son mis alcaravanes! —exclamó el Pajarero Perdido mientras un brillo de
               júbilo cruzaba por sus ojos—. Esas dos lucecitas rojo-doradas son mis
               alcaravanes, Jerónimo, y van encadenados a los brazos extendidos de la Sombra.






               El espíritu entró en el volcán y la luna volvió a bañar con su luz la pétrea
               superficie.






               Al amanecer, Halcón Peregrino bajó para hablar con el Pajarero.






               —Esta noche la Sombra saldrá de nuevo. Tú sabes que siempre tiene los brazos
               extendidos. Pues bien, esta noche yo distraeré su atención mientras los colibríes
               arrancan los alcaravanes de sus brazos. Tú estarás pronto a recibirlos.
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