Page 70 - El valle de los Cocuyos
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—Me quedé dormido. A los alcaravanes solo se les cuidaba durante la noche.

               Cuando desperté, ya no estaban. Anduve por diferentes rincones de la tierra
               hasta encontrar el valle de los Cocuyos, antes de la lluvia de estrellas, hasta
               encontrar las montañas Azules y a Silbo Brumoso, quien fue el primero en
               darme una pista. Si no logro devolver los alcaravanes a mi pueblo, este
               continuará en la oscuridad y la tristeza —dijo el Pajarero con profunda
               amargura.






               —¿Para qué quiere los alcaravanes el Espíritu del volcán de Piedra? —preguntó
               Jerónimo.





               Para tomar su luz; una sombra no existe si no hay luz —dijo el Pajarero con voz
               queda.






               Entonces, si le arrancamos los alcaravanes, seguramente morirá —dijo el niño.






               —Tal vez. Aunque con esos seres nunca se sabe —dijo el viejo, y añadió—:
               Volviendo a tu sueño, Jerónimo, creo que es el mejor signo de que no me
               equivoqué al aceptar tu ayuda. Ahora más que nunca tengo la seguridad de que
               el fin de la búsqueda se acerca.






               Pasaron las horas, y poco antes de la medianoche vieron emerger del volcán la
               Sombra con los alcaravanes. La luz de la luna era tan intensa que casi podría
               decirse que no era de noche sino de día. Jerónimo agrandaba sus ojos verdes ante
               la estupefacción que le producía ese enorme ser oscuro que semejaba una
               gigantesca lámina recortada en forma humana. Con los brazos extendidos, el
               Espíritu del volcán de Piedra descendía la cuesta. Los alcaravanes brillaban en
               sus brazos como dos débiles llamas. La Sombra no caminaba con mucha
               seguridad y eso dio esperanzas al Pajarero Perdido.
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