Page 74 - El valle de los Cocuyos
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Por un instante el Pajarero Perdido se quedó mudo ante el rapto de Jerónimo y la
               nueva pérdida de los alcaravanes.






               —¡Tengo que ir por ellos! —gritó luego, desesperado—. ¡Tengo que salvar a
               Jerónimo antes de que el Espíritu lo sumerja en el agua del Olvido!






               —Iré contigo —dijo Halcón Peregrino no menos confuso.






               Se dirigieron a la cima del volcán y una vez allí comenzaron el descenso a
               ciegas. El Pajarero resbaló muchas veces, pero cuanto más resbalaba más se
               empecinaba en avanzar. Llegaron al fondo cuando el sol comenzaba a elevarse.
               Débiles rayos de luz se filtraban a través de la neblina espesa. Y la negrura de la
               neblina, semejante a la noche, hacía aparecer al Pajarero, pero el más pequeño
               rayo de luz lo hacía desaparecer de nuevo. El halcón, posado en uno de los
               hombros del Pajarero, apenas si lograba darse cuenta de los cambios.






               El Pajarero percibió, de pronto, un ruido. ¡Alguien sollozaba! El viejo no daba
               crédito a lo que oía. Se aproximó y vio una mujer inclinada sobre el pozo del
               agua del Olvido que él tan bien recordaba. ¡Una mujer! ¿Qué hacía allí esa
               mujer?






               El Pajarero se acercó al pozo con mucho sigilo y vio a Jerónimo encadenado y
               sumergido hasta el cuello en el agua. La mujer, llorando, le suplicaba:





               —Sueña, niño, sueña y recuerda. Es lo único que te salvará del agua del Olvido.

               Recuerda tus sueños, piensa en tu valle. Porque tú eres el niño del valle de los
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