Page 71 - El valle de los Cocuyos
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A una seña de Halcón Peregrino, el Pajarero se aproximó con sigilo al pie del
               volcán. El viejo había ordenado a Jerónimo permanecer cerca del árbol de café.






               Halcón Peregrino emitió un estridente chillido y entonces cientos de colibríes
               salieron del follaje y volaron en dirección al enemigo. El halcón siguió
               emitiendo su grito, y el Espíritu del volcán miró a uno y otro lado buscando al
               autor de tan impresionante sonido, y en su distracción no vio la nube de colibríes
               que a una velocidad inimaginable arrancó los pájaros rojos de sus brazos. La
               Sombra, enfurecida, se precipitó sobre el Pajarero, a quien los colibríes habían

               entregado los alcaravanes. Él corrió desesperado, pero una mano del Espíritu
               alcanzó a agarrarlo por los cabellos. El viejo sintió los cabellos mojados, como si
               una mano de agua y no una mano de sombra lo hubiese tocado. ¡Agua! ¡El agua
               del Olvido! ¡La Sombra podía también ser olvido! Este pensamiento pasó como
               un rayo por la mente del Pajarero y, sin saber por qué, el viejo pensó en
               Jerónimo, en el niño del valle de los Cocuyos que le miraba aterrorizado desde el
               árbol de café. Sintió que la mano del Espíritu se aflojaba hasta soltarlo. Intentó
               correr de nuevo, pero la Sombra volvió a aprisionarlo y le arrebató los
               alcaravanes. Jerónimo se precipitó entonces a ayudar al Pajarero. Halcón
               Peregrino voló hacia el niño para impedirle que se acercara a la Sombra.
               Demasiado tarde, pues esta lo envolvió en su cuerpo y, tambaleándose, ganó en
               tres zancadas la boca del volcán.
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