Page 69 - El valle de los Cocuyos
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De un momento a otro cierta inquietud se apoderó de Jerónimo y, cuando la
oscuridad trajo la figura del Pajarero Perdido, el niño sintió la necesidad de
contarle el sueño que había tenido en las montañas Azules.
El viejo le escuchó atentamente. Al final, con mucha dulzura, le dijo que esa
misma noche, en las montañas de Silbo Brumoso, él había soñado que Jerónimo
soñaba lo que acababa de contarle. En resumen, habían tenido el mismo sueño.
El viejo dijo al niño que ese sueño era una verdad que los sabios del Consejo del
pueblo de los pajareros conocían desde siempre: que los alcaravanes eran hijos
del sol. Y él, el Pajarero Perdido, había sido elegido desde niño para guardar los
alcaravanes, que eran las aves fuente de la vida y alegría de su pueblo. Cuando
los alcaravanes vivían con los pajareros, la vida era otra. Las aves nutrían al
pueblo del sol que les faltaba. El sol no llegaba a la región que habitaban porque
hacía muchos años una nube se había aposentado en el cielo, una nube como una
roca negra que los amenazaba día y noche. Durante años vivieron en la tristeza y
prácticamente olvidaron su condición de pajareros. Hasta el día en que el río
cercano fue visitado por los pájaros rojos. Dos de ellos se dirigieron al pueblo y
se convirtieron en soles rojo-dorados que devolvieron la alegría de vivir a sus
habitantes y les hicieron recordar su condición de pajareros. El pueblo volvió a
ser arrullado por el canto de las aves innumerables.
—Y ahora volvió de nuevo la oscuridad —dijo Jerónimo.
—Hace muchísimos años, cuando perdí los alcaravanes —dijo tristemente el
viejo.
—¿Cómo los perdiste? —preguntó el niño.