Page 17 - Princesa a la deriva
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Cuando la noche disipaba y el cielo empezaba a clarear, el viento cesó; las aguas

               retomaron la calma. Sobre cubierta, la quietud solo era interrumpida por uno que
               otro quejido. Abajo, todos se miraban temerosos sin osar moverse. Aguardaban a
               que alguien descendiera y les informara que el peligro había pasado. Les
               resultaba extraño el silencio que reinaba arriba. El aya le ordenó a un paje que se
               asomara. El paje subió. Desencajado, regresó para informarles que arriba nadie
               se movía. Los pocos que vio permanecían acostados sobre el suelo de madera.
               De inmediato todos subieron a cubierta. Caminaron entre los cuerpos vencidos,
               aún amarrados a las sogas. Uno que otro respiraba con dificultad. La
               embarcación flotaba a la deriva.


               El aya pidió que le trajeran su bolso con los remedios. Necesitaban curar a los
               heridos. La princesa buscó al capitán. Lo encontró junto al timón, amarrado al
               piloto. Un grueso madero, parte del mástil principal, había caído sobre sus
               espaldas. Piloto y capitán habían muerto luchando por salvar la nave.


               El contramaestre y dos marinos respondieron a los cuidados del aya. Al ver a la
               princesa acercarse, intentaron ponerse de pie. Se recargó un marino contra el
               otro y el contramaestre se apoyó sobre sus espaldas.


               —Ah, Mila Milá —murmuraron los tres, sin osar levantar la vista.


               —El capitán y el timonel han muerto. ¿Cómo vamos a regresar a palacio?


               El contramaestre le aseguró que él y sus hombres harían hasta lo imposible por
               llevarla a casa sana y salva. Además, no dudaba que el rey ya hubiera mandado
               varias naves en su búsqueda. Lo primero que tendrían que hacer era revisar los
               daños e intentar arreglarlos; para eso requerían la ayuda de los pajes. La princesa
               puso a su disposición, además de los pajes, a los músicos y al malabarista.


               Antes de iniciar las composturas de la embarcación, les dieron sepultura a los
               muertos. En cumplimiento de la tradición marina, el contramaestre realizó una
               pequeña ceremonia. Frente a los cuerpos inertes de los marinos, el contramaestre
               les deseó un feliz viaje al mundo del más allá. Enseguida la princesa se despidió
               formalmente de ellos y les agradeció haber caído como valientes súbditos de su
               rey. Después lanzaron los cuerpos al mar.
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