Page 20 - Princesa a la deriva
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PARA reanimar a los vivos, el aya mandó calentar agua para el té, que repartió
entre los presentes con algunas golosinas. Reconfortados, los hombres se
pusieron a trabajar. El contramaestre les informó que tan pronto saliera la
primera estrella, sabría con certeza el rumbo a tomar. Los marineros, auxiliados
por el séquito de la princesa, trabajaron con empeño para alistar la embarcación.
La princesa y el aya ayudaron a coser las velas rasgadas por la tormenta.
Cuando atardecía, un paje gritó que a lo lejos se aproximaba una nave.
Seguramente era un navío de la marina real. Todos agitaron brazos, telas,
ansiosos de ser rescatados. No fue hasta que el barco se aproximó cuando
advirtieron que sus cañones estaban dirigidos contra ellos y que su intención era
atacarlos. Una treintena de hombres, armados de sables, de cimitarras y con
cuchillos entre los dientes, abordaron la barcaza real. Sus rostros feroces, sus
palabras altisonantes y la violencia con la que sometieron a la gente en la
barcaza los identificaron como piratas. Los corsarios se mostraron sorprendidos
de que nadie les opusiera resistencia. Recorrieron la nave en busca de monedas
de oro, joyas, armas. Se violentaron al encontrar escasos objetos de valor.
Algunos exigieron que se les cortara la cabeza a los prisioneros. Cuando el
capitán corsario, Rajid el Temible, se enteró de que a bordo estaba la princesa
Milá, del Reino del Elefante Blanco, calmó a sus hombres. Les hizo comprender
que a cambio de la princesa podrían exigir un rescate importante: oro, joyas,
armas. En cuanto a los pajes, era mejor venderlos en el mercado de esclavos que
cortarles la cabeza.
Restablecido el orden, Rajid el Temible mandó a Mila Milá y al aya a su barco.
Al contramaestre, a los marinos sobrevivientes y a los pajes les informó que les
perdonaría la vida a condición de que llevaran ante el rey su demanda de rescate.
Les dio instrucciones precisas sobre el lugar, día y hora en que debía realizarse el
intercambio. El punto de reunión sería la cara sur del monte Elefante Blanco,
sobre el sendero de las Camelias, frente al árbol del Mango, cuando el sol
alcanzara su cenit. Pero si en vez de enviar el rescate, el rey optaba por mandar a
su ejército, Rajid el Temible le haría llegar en bandeja de plata la cabeza de su
hija.
El contramaestre y sus hombres escucharon la amenaza horrorizados. El
contramaestre juró que cumpliría la encomienda a cabalidad. Repitió tres veces
las instrucciones para que el pirata comprobara que se las había memorizado