Page 25 - Princesa a la deriva
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—Si usted lo dice; aunque es bien conocido que los piratas son habladores: les
gusta presumir sus hazañas, exagerarlas —contestó el aya mientras lo observaba
con desconfianza.
Rajid el Temible era un hombre de palabra y no soportaba que dudaran de ella.
Guardó silencio por un instante; después soltó la carcajada. Esa mujer le
resultaba encantadora con su ceño fruncido y su manera de morderse los labios
al retarlo.
—Le confesaré que solo una vez una tempestad entró a esta pequeña bahía. Se
cayeron algunos árboles y las olas inundaron hasta la playa. Dañó la barraca, mi
barco se golpeó contra las rocas dejándole un boquete en la proa y un mástil
roto. Eso fue todo. Nosotros nos refugiamos en unas cuevas que hay en el monte.
No hay que olvidar que el mar tiene su temperamento; lo mejor es no perderle
respeto. En menos de una semana reparamos el barco y reconstruimos la barraca
más alejada de la playa.
El aya guardó silencio mientras veía retozar en el agua a la princesa. No
recordaba haberla visto nunca tan contenta. Quizás el pirata tenía razón; la niña
jugaba con alegría, sin temor a ser reprendida por comportarse de manera
inadecuada. Una princesa no debía saltar como animal salvaje, sino deslizarse,
silenciosa, elegante; sin rasgar las sedas que la vestían. El aya sonrió al verla
correr tras las olas, empapada de pies a cabeza y el cabello suelto y enmarañado.
—Cuando sonríe es usted más bonita —comentó divertido Rajid el Temible.
Inmediatamente el aya recompuso su rostro en un gesto severo. No iba a
reconocer ante ese hombre que, aun en la adversidad, se podían disfrutar algunos
momentos.
Llegada la noche, encendieron una fogata; el cocinero asó pescados para la cena.
De pronto el aya se sintió triste. Un recuerdo de su infancia, vago e impreciso,
cruzó su mente, pero se diluyó antes de poder recordarlo con nitidez. Después
olvidó la sensación de tristeza al escuchar a los piratas turnarse para contar
historias sobre seres fantásticos que vivían bajo el mar. El chipotear de los leños,
el cielo estrellado y el tenue golpeteo de las olas acompañaban las risas de los
presentes. Rajid el Temible anunció que ahora era su turno de contar una
historia. Todos guardaron silencio. La voz de Rajid el Temible les infundía
miedo con sus historias de terror y aparecidos. Todos escudriñaban árboles y