Page 21 - Princesa a la deriva
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correctamente.


               La bandera de Rajid ondeaba desde el mástil más alto. Dos cuchillos cruzados
               debajo de una calavera negra a manera de escudo advertían que su barco era
               pirata. Sobre la cubierta la princesa y su aya, desoladas, vieron la nave real

               partir. Los piratas, después de bajar los objetos robados a las bodegas, levaron el
               ancla. Las dos mujeres se quedaron inmóviles ante el ir y venir de los hombres,
               que las evadían como si fueran bultos estorbosos.


               El barco navegaba velozmente sobre un mar tranquilo. El sol iniciaba su
               recorrido hacia el ocaso. El horizonte se teñía de naranjas y morados. Rajid el
               Temible se sorprendió de encontrarlas paradas sobre cubierta.


               —¿Qué hace Su Alteza aquí?

               El aya, que era medio respondona, contestó que estaban allí porque nadie se
               había molestado en mostrarles un lugar donde pudieran resguardarse. El temible

               Rajid soltó una carcajada; le divertía la audacia de la mujer, que no mostraba
               tenerle miedo. Ordenó a uno de sus hombres que instalara a las señoras en una
               celdilla contigua a su camarote. Mientras las veía descender, tomó la decisión de
               no regresar al aya cuando rescataran a la princesa. Era una bonita mujer, de piel
               tan clara que se parecía a la leche, y sus ojos le recordaban el azul del cielo.
               Además era ingeniosa, podría divertirlo durante las largas semanas que navegaba
               sin pisar tierra.


               Según las instrucciones que les había dado al contramaestre y sus hombres,
               debían aguardar diez días antes de acudir a cobrar el rescate. Rajid el Temible
               decidió protegerse y aguardar una semana en su guarida preferida: la bahía de
               los Erizos Colorados. La habían descubierto un día que eran perseguidos por sus
               enemigos. Era una caleta protegida por riscos y arrecifes cubiertos de erizos. Un
               cerro agreste disimulaba la playa. Los arrecifes impedían que embarcaciones de
               gran tamaño pudieran aproximarse. Ellos anclaban su nave junto a un
               promontorio rocoso que disimulaba su presencia; luego, en una pequeña lancha
               sorteaban los arrecifes hasta alcanzar la playa. Los piratas allí guardaban, en
               pozos excavados entre arbustos, su botín. Era un buen lugar para descansar y
               reponerse después de las batallas.
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