Page 26 - Princesa a la deriva
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matorrales, no fueran a brotar de entre sus hojas las criaturas invocadas por el
corsario. Temerosos, se aproximaron más al fuego. Al término de la historia,
nadie quiso irse a dormir. El aya le reclamó por asustarlos tanto. El capitán pirata
se justificó: necesitaba hombres valientes y audaces; esa era una manera de
enseñarles a soportar el miedo.
—Yo creo que a usted le gusta hacer sufrir a la gente; ahora mi princesita está
tan atemorizada que no podrá dormir.
Rajid el Temible quiso agradar al aya y ordenó que todos cantaran canciones
alegres para espantar a los malos espíritus. Él fue el primero en poner el ejemplo.
Poco a poco todos unieron sus voces; alegres, se olvidaron de fantasmas y
monstruos. Después, entre risas y bostezos, la joven princesa aceptó irse a
dormir.
Cuando la pequeña dormía plácidamente, el aya salió de la choza con la
intención de agradecerle al corsario por que la velada hubiese terminado con
canciones. Acostumbrada a deslizarse en el palacio sin hacer ruido, se acercó a
Rajid el Temible sin que este se percatara. Platicaba, sentado en un tronco, con
su hombre de confianza. Se detuvo al escuchar la conversación y disimuló su
presencia detrás de unas matas.
Rajid el Temible le daba instrucciones a su segundo de partir al amanecer con
algunos hombres en busca del Tuerto. Él podría informarle si la barcaza real
había llegado al reino con su mensaje; podría averiguar entre sus espías si el rey
pensaba pagar el rescate o si enviaría a su marina real tras de ellos. Era necesario
estar prevenidos para no caer en una trampa.
De inmediato el aya regresó a la choza sin delatar su presencia. Con esa
información se mantendría alerta, pendiente de los manejos del pirata: no fuera
este a cambiar de opinión y no entregarlas al rey. Decidió no decirle una palabra
a la princesa, para no preocuparla.