Page 40 - El secreto de la nana Jacinta
P. 40

Todos aquellos personajes llegaban al mesón llenos de historias, noticias y
               rumores. Por ello, La Jaiba Andaluza era el lugar del puerto en el que uno podía
               enterarse de las noticias antes que los demás. Ahí se sabía, antes que en ningún

               otro sitio, que el rey había muerto; también en el mesón nos enterábamos del
               nacimiento de los príncipes o de la llegada de algún nuevo virrey. Fue así como
               una mañana, hacia el mediodía, Francisco entró en la cocina con gran sobresalto.
               El pobre chino venía corriendo del malecón y trataba de explicarnos lo que había
               escuchado.


               —A ver, chinito, ¡cálmate! Respira hondo, muchacho, que no se te entiende una
               sola palabra —le ordenó Teresa de San Miguel.


               Francisco siguió las instrucciones de la matrona, respiró profundo, intentó
               serenarse y exclamó:


               —¡Ya llegó! ¡Ya está aquí! —y nuevamente su respiración comenzó a agitarse.

               Ana lo veía divertida y con una risa burlona le dijo:


               —¡Bueno, chico, cálmate ya! Mejor dinos quién llegó.


               —Él, Lorencillo —susurró el muchacho, palideciendo.


               También Ana enmudeció y dejó de reír. Teresa y yo nos miramos preocupadas,
               pues sabíamos lo que esto podía significar.


               —¿Cómo lo sabes, Francisco? —preguntó la cocinera.


               —Que todo el mundo lo sabe, Teresa. Hoy por la madrugada se acercaron dos
               fragatas a San Juan de Ulúa. En principio nadie sospechó que aquellos barcos
               estuviesen llenos de piratas, pues ambos tenían banderas del Imperio. Aun así,
               algunos comentaron que era extraño que las fragatas sólo bordearan el islote y
               que pronto volvieran a alejarse. Hace unas horas regresaron, pero esta vez
               llegaron hasta el puerto. Los piratas bajaron de las embarcaciones y han
               empezado a saquear las casas. Cuando pasé por el malecón oí gritos en el
               mercado. Será mejor atrancar las puertas y escondernos, no tardarán mucho en
               llegar al barrio —sentenció Francisco.
   35   36   37   38   39   40   41   42   43   44   45