Page 45 - El secreto de la nana Jacinta
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Salimos todos de allí, dispuestos a escapar rumbo a Yanga, un palenque de
               negros y mulatos cimarrones que habían conseguido su libertad. Al principio,
               Ana, Teresa y yo quisimos huir juntas, pero era difícil esconderse de los astutos

               piratas. Pronto nos separamos, confiadas en reencontrarnos en el muelle de la
               Santa Cruz unas horas después.

               Así fue como acabó mi feliz estancia en el puerto de Veracruz. Después de correr

               sin parar, de escabullirme por la oscuridad y de encomendarme al Señor a cada
               instante, fui capturada por dos hombres rubios, piratas a las órdenes de
               Lorencillo, de los que no pude escapar. En aquel momento sentí morirme. Sabía
               que no volvería a ver a mis amigos y que no me sería posible acompañarlos para
               iniciar una nueva vida libre en Yanga.


               Mientras Ana, Teresa, Mateo, Catalina, Gaspar, Antonio y Tomasa lograron salir
               del puerto y dirigirse al palenque, yo caminaba con los otros miles de esclavos
               también capturados rumbo a un nuevo destino. Sola, otra vez, no llevaba nada
               más que las perlas mágicas de mi abuela. Al estrecharlas junto a mi corazón
               sentí un calorcito aliviador. Algo en mí me reveló que nada malo podía venir,
               sino que, simplemente, pronto vendrían nuevas aventuras.


               Y, en efecto, así fue.
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