Page 23 - Sentido contrario en la selva
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—Mmm… allá hay una ranchería, tienen tractores, puede ser que algo

               encuentren, pero para más seguro, yo que ustedes me regresaría a Ocosingo, son
               dos horas, no más…. —dijo señalando en dirección opuesta a la que habíamos
               caminado.


               Ricardo me preguntó con los ojos. Yo señalé la ranchería. Sin discutir, nos
               encaminamos hacia los tejados en el campo. Encontramos la famosa manguerita
               que le quitaron a un tractor destartalado, y nos la vendieron en un precio
               alucinante.


               Todos querían saber cómo habíamos hecho para conseguir la pieza exacta y en
               tan poco tiempo. Ricardo, con las manos en los bolsillos, señaló hacia mí con la
               cabeza.


               —La encontró Nicolás.

               Fue quizás el primer indicio de que este viaje no iba a ser tan plomo como los

               anteriores. De cualquier manera recompuse mi cara de aburrimiento. Una
               máscara frente a las miradas de Teresita.





               Serían las once o doce de la noche cuando llegamos a Lacanjá. Es uno de los ríos
               de esa región, y a unos metros por una brecha desde el cruce de caminos se
               encuentra el campamento base. Era el primer punto de llegada a la orilla de la

               selva. Nos recibieron en unas cabañas de madera cerca de ese río potente que
               competía con el ruido de los grillos. La noche, en la selva, es un escándalo. Las
               cabañas no tenían puertas, en cambio, contaban con literas cubiertas con
               mosquiteros y una veladora sobre una mesa hecha de un tronco. Los baños se
               encontraban en otra cabaña oculta en la maleza, entre un laberinto de senderos y
               niebla. Nos instalamos en nuestra habitación y, al ver a mi alrededor, las paredes
               hechas de troncos, el piso de tablas, una especie de banco donde sentarse, pensé
               en mi cuarto, mi tele, mi cama, mis pósters, mis videojuegos, y me dieron unas
               ganas terribles de irme. De refugiarme allá. Decidí ir al baño. Me llevé la
               linterna de Sita y caminé con cierta urgencia. A medio camino tropecé, la
               linterna cayó y no volvió a encender. Hice un repaso mental de todas las
               majaderías que sabía. Son bastantes. Ahí estaba en la oscuridad, oscura
               oscuridad, ya sé que es un pleonasmo, pero cuando lo negro es tan negro, no se
               sabe para dónde caminar. Todo menos gritarle a mi mamá. Además, el ruido de
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