Page 27 - Sentido contrario en la selva
P. 27
Donde “siembran” cabritos, me pierdo y me encuentro
a unas luciérnagas que ya conocía…
TRES DÍAS CON SUS NOCHES duró nuestra primera incursión en la selva.
Caminamos tanto que dejé de sentir los pies. Los rastreadores llevaban la
delantera; en ciertos momentos caminaban muy deprisa, y en otros se detenían,
regresaban sobre sus pasos o examinaban el suelo durante mucho tiempo.
Olfateaban excrementos que encontraban para saber de qué animal se trataba. Yo
los miraba con cara de asco, pero lo hacían con una naturalidad total. Cuando
nos deteníamos, mi mamá se ponía a anotar como desenfrenada en su cuaderno.
A veces, yo me recargaba en ella, por cansancio. Y ella me hacía un cariño en la
cabeza, que parecía querer decir que se estaba arrepintiendo de haberme
propuesto semejante viaje. Al menos eso era lo que yo deseaba. Pero no me daba
tiempo de seguir pensando en lo mortificada que se debía sentir mi mamá,
porque teníamos que ponernos en movimiento otra vez.
Para atraer al jaguar, los rastreadores amarran crías de cabra a los árboles.
Cabritos vivos. Que lloran toda la noche y eso es lo que atrae al felino. Tienen
que ser chiquitos, porque son los que lloran más.
Mi madre y yo nos miramos al principio de la “operación cabrito”. Pude darme
cuenta de que Sita quería salir huyendo de ahí. Se descompuso del estómago y
tomó un color verde. Verde selva, me dan ganas de decir, para ver si la broma
ahuyenta el horror. Los hombres avanzaban “sembrando” cabritos al pie de los
árboles. Lo hacían con rapidez y eficacia, y conforme nos alejábamos se
escuchaban los balidos. Yo quería ir desamarrando cada cabrito que ellos ataban.
Ni Sita ni yo podíamos hacer nada. Para ver un jaguar en libertad hay que tener
el corazón muy duro. Fueron horas demasiado largas.
Esa noche me escabullí de la tienda. El campamento había sido establecido, esa
noche, cerca de una laguna. Sita trataba de ocultar la revoltura de lo que sentía,
ella que no mata ni un alacrán, sino que los lleva vivos a depositar a otra parte.
Se acostó temprano y sin decir palabra. Ricardo y Emilio conversaban, en voz
baja, a la luz de una lámpara de gas. La jornada había sido agotadora para todos.