Page 26 - Sentido contrario en la selva
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—Pozol —dijo Norma. Es harina de maíz y cacao, da mucha energía.


               La reunión era para prepararnos porque al día siguiente nos internaríamos al alba
               en la selva. Preparar las mochilas, equipo, cámaras, botellas de agua. Botiquín.
               Distribuir el peso en cada mochila para que pudiéramos avanzar al parejo. La de

               Sita y la mía parecían las más ligeras. Pero cerré la boca. Los guías ya habían
               llegado. Ellos eran los expertos en rastrear al jaguar. Sabían leer las huellas y
               conocían el territorio muy bien.


               Instrucciones: en la selva se camina en silencio, en fila, no se atrase nadie, nadie
               camine frente al fotógrafo. Si él se detiene, hay que agacharse todos y quedarse
               quietos. Coman poco, beban mucho. Tomen una naranja cada tres o cuatro horas.
               No sabemos cuánto durará este recorrido. ¿Está claro? Clarísimo, pensé, o sea
               que de quejarse, ni hablar. Una misión.


               Me dirigí al baño, dispuesto a mojarme la cabeza para que pensaran que me
               había duchado. De día, los baños eran una construcción de bambú con un
               espacio entre la pared y el techo de palma. Muy ventilado este hotel, pensé, al
               mismo tiempo que contemplaba las duchas sin cortina. Ni loco me desvisto aquí.
               Entra cualquiera y te ve. Estaba en esas reflexiones cuando una gran culebra
               serpenteó por la orilla del piso hacia una de las duchas. Ya dije que mi mamá era
               una bióloga frustrada, así que me había enseñado a tener prudencia en vez de
               miedo y a tratar a los bichos con el mismo respeto que le tendríamos a cualquier
               persona. Es más, en ocasiones, con más respeto del que se merecen ciertas
               personas. En eso estábamos de acuerdo. De todas maneras, me dejó sin palabras
               el culebrón aquel. Me acordé de una película malísima donde salía una anaconda
               en un paisaje muy parecido al que me encontraba ahora.


               En ese momento, Ricardo entró al baño. Le hice un gesto de silencio al tiempo
               que señalaba la ducha. La serpiente debe haber sentido la presencia porque en
               dos o tres movimientos rápidos desapareció entre los bambúes. Ricardo la había
               visto. Eso era bueno, porque pensaba que si yo contaba una cosa así, lo más
               seguro es que no me creyeran. En general. Excepto mi mamá, que casi todo me

               lo cree. Pero para una anécdota de estas, que lo crea Sita casi no cuenta.
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