Page 100 - Diario de guerra del coronel Mejía
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—No, mi Coronel. Pero preferiría que usted me pusiera el ejemplo.
El Coronel me miró con furia, pero luego se convenció de que, si no actuábamos
pronto, podríamos perder también esta nueva oportunidad.
—¡Mire y aprenda, cabo!
—¡Sí, señor!
El Coronel entró a la tiendita. ¡Había que ver su valor! Alcancé a ver cómo,
cuando Bola de Arroz quiso huir, el Coronel le cortó el paso y le hizo ver que lo
teníamos en la mira. Apenas volvió a mi lado, me contó que en los ojos de Bola
de Arroz brillaba el odio de los guerreros japoneses.
—¿Le dijo él algo a usted, Coronel?
—No dijo nada, pero no hizo falta. Por su mirada pude darme cuenta de que
acabaría con todo nuestro regimiento y todo nuestro país si pudiera.
—¿Quiere que lo sigamos, Coronel?
—No, todavía no —dijo, mirando cómo Bola de Arroz se alejaba—. Hagámosle
creer que ganó esta batalla.
Entonces, el Coronel ordenó paso veloz al cuartel general y volvimos a la
vecindad. Ya en nuestra casa, arrancó una hoja de un cuaderno y se puso a pintar.
Al final, tenía un dibujo muy preciso de Bola de Arroz mirándonos con ojos de
fuego y dientes puntiagudos. Parecía un dragón chino. En las manos tenía una
balloneta ensangrentada y debajo se podía leer: “Bola de Arroz”.
—Lo felicito, Coronel. Es una excelente recreación del enemigo.
—Lo pondremos en este lugar —dijo mientras lo pegaba en la pared con una
tachuelita— para que no se nos olvide que acabar con él es nuestro principal
objetivo en esta guerra.
Después, nos pusimos a jugar al ajedrez con canicas. Al final tuve que dejarlo
derribar todas mis piezas porque después de un tiempo ya le había ganado yo
tres partidas y se estaba poniendo de muy, muy mal genio.