Page 99 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Cuando le dije esto, me quité para que pasara, pero lamenté que él no hablara mi
idioma, porque así sabría a qué atenerse. Después volví con el cabo Ipana a la
rotonda de los cañones y miramos al enemigo perderse por Enrico Martínez.
Luego discutimos si convendría denunciar al señor de la tiendita por vender
provisiones al enemigo, pero coincidimos en que no lo haríamos todavía porque
ése es el único lugar en el que sabemos que se emplaza a veces el ejército
enemigo. Mañana volveremos y tal vez tengamos nuestra primera acción de
guerra.
El Coronel había estado muy inquieto por esos días dado que no teníamos
noticias del enemigo. Y los sueños no paraban. Él y el hombre pelirrojo habían
tenido que salir de la cueva a través de una hendidura en el techo para terminar
apareciendo en medio de una manada de alces que dormían. Luego, habían
brincado a un río y éste los había conducido a una cascada. Lo último que supe
fue que peleaban en un lago contra un cocodrilo que se había comido un reloj.
No era extraño verlo despertar a medianoche sobresaltado. Por ello, fue una
bendición que se me ocurriera que lo mejor sería abandonar nuestra vigilancia en
Emilio Dondé y volver al punto en el que habíamos divisado por primera vez a
Bola de Arroz.
—Ya se me había ocurrido eso a mí, cabo.
—¿Sí, Coronel?
—Claro. Vayamos, pues.
Fue una muy buena idea porque el martes por fin volvimos a divisar a nuestro
enemigo cuando iba por provisiones a la tienda de Tolsá.
—¡Cabo!, vaya a la tiendita y enfrente al enemigo. Hágale ver que lo tenemos en
la mira.
—¿Yo, mi Coronel?
—¡Usted! ¿O tiene miedo?