Page 98 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Martes 14 de julio de 1942






               Aunque el almirante Salomón me haya dicho muchas veces que la suerte no
               existe para aquel que sabe conducir su destino, creo que es justo decir que ahora
               sí tuvimos suerte.


               Volvimos a ubicar la posición del enemigo.


               Se me ocurrió desde ayer que tendríamos que volver al punto de origen en el que
               habíamos divisado por primera vez a las huestes enemigas, y aunque el cabo
               Ipana se opuso, tuve que explicarle que no teníamos opción puesto que la
               vigilancia sobre el cuartel de Emilio Dondé no estaba dejando ningún fruto. Así
               que regresamos a la rotonda de los cañones y nos pusimos a esperar. Ayer mismo
               no tuvimos suerte, pero hoy, fue distinto.


               Aproximadamente a las cinco y diecisiete minutos de la tarde, según datos del
               cabo Ipana, volvimos a divisar a Bola de Arroz. Esta vez iba solo y parecía ir
               desarmado, pero con el enemigo nunca hay que confiarse. Cuando entró a la
               tiendita, ordené al cabo que me cubriera y salí en dirección de nuestro oponente.


               Entré a la tiendita poco después que él y, ya en el interior, pude hacer un
               reconocimiento más a fondo. Es un poco más bajo que yo y bastante más
               robusto. Una cinta con signos incomprensibles le sostiene el cabello,
               completamente lacio. Y en vez de botas militares siempre calza unas raras

               sandalias. También porta una camiseta blanca de tirantes y unos pantalones
               cortos como los míos. Cuando llegué a la tienda, ya lo habían despachado, lo
               cual es una pena, porque me hubiera gustado oírlo hablar en su idioma y tratar de
               hacerse entender con señas.


               Entonces, cuando ya se iba, me confrontó. Para que él pudiera salir de la tienda
               tenía yo que quitarme de en medio pero no lo hice enseguida. Nos miramos por
               un instante y pude notar en sus ojos que me odiaba con gran ferocidad. Por eso
               fue que decidí cantárselas claras de una vez, pensando en lo que habría hecho el
               almirante Salomón de la Peña en mi lugar. Y le dije: “Tú y yo somos enemigos,
               así que ándate con cuidado, Bola de Arroz”.
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