Page 46 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Martes 16 de junio de 1942
Empezamos a montar guardia afuera de la vecindad el cabo Ipana y yo. Hoy,
después de que volvimos de la escuela, nos pusimos en la entrada. Le enseñé
cómo tenía que pararse a un lado de la puerta, muy derechito y apoyando el rifle
en el hombro. También le tuve que explicar cómo hacerle para detectar a un
enemigo que quisiera entrar al edificio. Para eso lo traje a la casa y le mostré los
grabados que saqué de los discos de mi padre. Le enseñé el de un alemán, que es
un señor que se llama Bach; luego, el de un italiano, que es un señor que se
llama Verdi. Los dos están viejos y el primero hasta tiene bucles de señora, pero
a lo mejor sus rostros sirven para distinguir a los alemanes o a los italianos, por
si vienen. Luego me jalé los ojos hacia los lados para que viera el cabo cómo son
los japoneses. Así que nos fuimos a parar a la puerta, aunque todavía nos hubiera
gustado jugar a otras cosas. Pero yo le expliqué al cabo que así es la guerra, que
no deja tiempo para jugar. La guerra es una cosa seria.
Ya que estábamos en la puerta se me ocurrió que a lo mejor sería buena idea
darles un santo y seña a todos los que viven aquí en el edificio, para que pasen al
interior sólo si dicen la clave secreta. La verdad es que a veces se me ocurren
muy buenas ideas, como ésa. El almirante Salomón estaría muy orgulloso de mí
si supiera. Lo malo es que a todos los vecinos que les propuse mi idea me
dijeron que estaba loco. Ya me gustaría que se colara un enemigo a sus casas y
los destripara a todos. Entonces sí iban a pedirme perdón por no haberme creído.
Así estuvimos en la puerta hasta que vi que mi mamá se bajaba del tranvía y le
ordené al cabo que rompiera filas. Pero mañana vamos otra vez a montar guardia
sin falta, eso sí.
En contraesquina de la vecindad, en Avenida Chapultepec, estaba una pulquería;
luego, el callejón Gutiérrez Zavala y una vecindad de cinco patios hasta la
esquina con Niños Héroes. En la esquina con Enrico Martínez estaba la casa del
doctor Longoria; enfrente, las vías del tranvía. Y todo lo divisábamos perfecto
desde ahí a partir de aquel día en que al Coronel se le ocurrió que era nuestro
deber cuidar la entrada a la vecindad como si fuera un fortín.