Page 47 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Me mostró las cubiertas de los discos de 78 revoluciones por minuto de su padre,
según él para enseñarme cómo son los alemanes y los italianos. Yo asentía a
todo, claro, finalmente era mi Coronel. Luego quedamos en que los japoneses
son los más fáciles de distinguir por sus ojos aplastados, iguales a los de la
señora Quintanar cuando los aprieta para ver de lejos sin sus lentes.
Estuvimos en la puerta parados, de la misma manera en que los guardias del
Palacio de Buckingham, en Londres, cuidan a la reina. Muy derechos y sin mirar
a los lados. Así hasta que llegó a la vecindad un hombre muy gordo que a mí se
me hizo que se parecía mucho a Johann Sebastian Bach.
—Coronel, ese hombre que acaba de entrar podría ser un enemigo.
—Sí, pero no lo es, cabo. Es el vecino del 7.
—Pues para mí que podría ser alemán.
—Sí, pero no. Es el señor Mujica, del 7.
Volvimos a montar guardia en silencio, y pensé que la mejor manera de que no
se nos colara un enemigo sería poniendo un santo y seña a todos los del edificio.
Se lo platiqué al Coronel.
—Ya se me había ocurrido a mí esa idea antes, cabo.
—¿En serio, Coronel?
—¡Claro! Sólo que la estaba meditando un poco más.
El primero que llegó a partir de la ocurrencia del Coronel fue el vecino del 12, el
licenciado Toledano.
—Espere, licenciado.
—¿Qué pasa, Poncho?
—Estamos resguardando la vecindad en contra del enemigo. Y a partir de hoy…
—¿Enemigo? ¿Qué enemigo? —interrumpió el licenciado.
—Alemanes o italianos, o japoneses.