Page 90 - Diario de guerra del coronel Mejía
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un militar para ejecutarlo o un civil para entregarlo a las autoridades.
Estuvimos frente a la vecindad hasta que nos cubrió la noche y el Coronel
ordenó la retirada. Nunca había visto al Coronel tan pensativo.
Al día siguiente, después de volver de la escuela por segunda vez, fuimos de
inmediato a hacer guardia frente a la misma vecindad en Emilio Dondé. Y
nuevamente nos volvió a ganar la noche.
Al tercer día, lo mismo. El Coronel estaba muy desilusionado pues consideraba
que había dejado pasar una oportunidad de oro para servir a la patria y acabar
con un enemigo. Yo también estuve muy inquieto esos tres días porque a ratos
sentía que podíamos entrar en acción en cualquier minuto y a ratos sentía que
volveríamos a nuestras aburridas patrullas de siempre sin lograr ningún avance.
En esos días fue cuando el Coronel comenzó a tener sueños de lo más extraños.
En el primero de ellos se encontraba en una isla en la que, dentro de un lago
cubierto de flamencos, era atacado por unas sirenas muy impertinentes. En el
segundo, un hada pequeñísima y luminosa le retorcía la nariz. En el tercero, un
hombre de cabello rojo enmarañado y él se encontraban huyendo de un enorme
oso gris con sombrero hasta que pudieron entrar en una cueva. El Coronel
siempre había sido un hombre muy práctico, jamás había creído en hadas,
duendes y esas tonterías. Pero los sueños que lo acometieron en esa temporada lo
hacían despertarse a media noche y mirar con recelo en la oscuridad hacia todos
lados, tomando su rifle con ambas manos. Yo procuraba fingir que dormía, pero
me daba perfecta cuenta de que el Coronel temía encontrarse, ahí mismo, en su
cuarto, cara a cara con un duende de nariz enorme o un pirata tuerto.
En cierta ocasión se atrevió a hablar con el señor Mejía al respecto, una tarde
que volvíamos de patrullar la calle de Emilio Dondé y nos lo encontramos en la
puerta de la vecindad. Tuvo que aguardar un poco el Coronel, pues el sonriente
burócrata se encontraba a la mitad de una discusión de toros con un vecino.
—El Soldado se merecía las dos orejas y el rabo como que me llamo Luis Rubén
Mejía Orozco de Cabrera y he visto lidiar toros desde antes de que me cambiaran
el primer pañal.
El Coronel se entusiasmó un poco al oír esto. Pero en aquel entonces había un
torero, Luis Castro Sandoval, al que llamaban “El Soldado”, así que en realidad
no se trataba de una plática de guerra. El vecino, por su parte, prefirió dar por