Page 50 - Escalera al cielo
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Acudimos a oficinas oscuras e infames, tomaron


                              tus datos, tus señas particulares, y también nos tomaron


                                      el pelo. Nada podían hacer, dijeron, nada,


                               mientras no pasaran no sé cuántas horas, días enteros.






                                  Tal vez te habías escapado porque te pegábamos.





                                    Ya regresarías cuando tuvieras hambre o frío.






                              Tal vez ni hija tuviéramos; ¿cómo podíamos probarlo?,


                             alegó un funcionario disfuncional. Tapizamos las bardas,


                                 los postes, las paradas del camión con tu fotografía


                                       de perfil, de frente: ¿alguien la ha visto?,


                               su nombre es Atototzin; Toto, de cariño. Preguntamos

                             al señor de los tamales, al cartero, a la señora de la tienda


                                  de la esquina, al franelero y a los cuatro vientos.






                                       Buscamos hasta dentro de las coladeras,


                                         que con su mal aliento respondieron


                                             que allí tampoco estabas. ¡No!
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