Page 107 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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reía de pura felicidad.


               No solo era la capitana del equipo de baloncesto, también la primera de la clase
               en casi todo, la que nunca suspendía Francés y –ahora lo recordaba– la redactora
               jefe de El Noticiero de Tercero. «Noticias y chismes sobre nuestra escuela».


               Todos sabían que de mayor quería ser periodista. Y seguro que lo conseguía.


               A ella sí era fácil imaginarla en su despacho, con un lápiz en la oreja y un
               teléfono que no paraba de sonar en la otra. De vez en cuando bebería café de una
               taza con su nombre y su cargo escrito en letras bien grandes:






                                        SOFÍA JENKINS. HORMIGA REINA






               El caso es que los súbditos de la reina no se tomaron demasiado bien que un
               insecto insignificante como yo se atreviera a desafiarla. ¿O eran todo
               imaginaciones mías?


               Un día, mis guantes aparecían misteriosamente en el interior de la papelera. Al
               siguiente, mi mochila se había descolgado del asiento. Debajo de mi pupitre
               parecía haber cada vez más chicles pegados, y algunas noches, a la hora de la
               ducha, me encontraba bolitas de papel de plata en el pelo, como si alguien se
               hubiera dedicado a probar su puntería contra mi coleta. Cuando la pandilla de
               Sofía pasaba por delante de mi rincón secreto del patio, sonreían. Solo eso:
               sonreían.


               En resumen, eran pequeñas cosas. Tan pequeñas que a veces me daba por pensar
               que me estaba volviendo loca. Pero luego, cuando Leanne me sacaba a señalar
               en el mapa las capitales de África y por el rabillo del ojo veía frente a mí a todo
               el ejército de hormigas con sus rostros desafiantes, sentía que no estaba del todo
               equivocada.


               Me concentré en hacerme más invisible todavía. Fue durante aquella tercera
               semana cuando empecé a buscar mejores escondites para el recreo, lo cual no
               resulta fácil cuando uno está encerrado en un colegio con más de doscientas
               cincuenta personas y quinientos ojos. Son demasiados ojos, incluso si cuatro de
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