Page 130 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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Alcánzame esa tetera
–Vaya, Úrsula, hoy vienes acompañada –comentó George–. ¿Y tú, cómo te
llamas?
–So-Sofía.
Al menos creo que dijo «Sofía», porque apenas se la oyó. Era extraño. Hasta
llegar al despacho de George, su nariz no había dejado de apuntar
orgullosamente al techo, como si oliera a caca fresca. Pero, al aparecer el
psicólogo, la Hormiga Reina se había arrugado de pronto como una planta
mustia. Hasta los pendientes parecían habérsele marchitado en las orejas.
En cuanto a mí, confieso que podría haberla regado con mis lágrimas. Tenía las
gafas empañadas de tanto llorar.
–Bueno, ¿quién va a explicarme lo que ha pasado?
Silencio. George agarró entonces uno de aquellos odiosos cuadernillos grapados
y lo abrió por la página aún más odiosa. La examinó con detenimiento y luego
nos miró alternativamente a la una y a la otra, parpadeando como él solía hacer.
–Una duda: ¿quién es la que hizo la foto y quién la que sale en la foto?
Aquello nos pilló desprevenidas. Nunca, jamás en mi vida, ni en un millón de
años o de escuelas, hubiera imaginado que alguien pudiera confundirme con
Sofía en una fotografía. Me sorbí los mocos, me calmé, y creo que hasta me
entraron ganas de besar a George. Aunque resulte tonto decirlo, aquella pregunta
fue como si en medio de un montón de tierra húmeda y sucia hubiera aparecido
una diminuta pepita de oro. No sé explicarlo mejor.
Para Sofía, en cambio, debió de ser como encontrar una lombriz en una caja de
bombones.
–Yo hice la foto –dijo, sobreponiéndose a un ligero temblor en su barbilla.