Page 135 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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Ahí se le acabó la cuerda a George. Miré de reojo a Sofía, que parecía algo más

               tranquila y cuyos ojos parecían preguntar: «¿Y eso es todo?». Si hubiera sido mi
               amiga, los míos le hubieran contestado: «Eso es todo, ya te acostumbrarás». En
               cualquier caso, debo admitir que al menos ella fue lo bastante intrépida como
               para preguntar:


               –¿Se hicieron entonces amigas las señoritas Olsen?

               –¿Qué? –George pareció bajar de las nubes o del estante de la tetera–. ¡Ah, no!

               ¡No! A continuación armaron tal bronca que destrozaron por completo la vajilla
               de la señora Frugendubber, tetera incluida. Dos gatos resultaron gravemente
               heridos.


               –Ah.

               –Bueno, y creo que ya está –sonrió George–. Ahora me siento mejor.


               –¿Ya podemos irnos? –dije. Me había fastidiado que Sofía se atreviera a
               preguntar más que yo.


               –Solo una cosa más. Ya veis que soy un desastre –aquí George agitó sus
               manazas señalando el desorden de su despacho–, así que no tengo ni idea de
               dónde he metido mi tetera. Quizá podamos cambiar la tetera por alguna otra
               cosa...


               –¿Qué...? Esto... ¿qué? –esa inteligentísima pregunta fue obra de Sofía.


               –Sofía se ha portado mal con Úrsula –George empezaba a caerme mejor por
               momentos– contando lo del psicólogo en su periódico. Sofía ha acompañado a
               Úrsula al psicólogo. ¿Qué tal si ahora Úrsula acompaña a Sofía al periódico?


               –¿Có... có... cómo? –esta pregunta, en cambio, la cacareé yo.


               –Podrías reunirte un par de días con la gente del periódico para participar en la
               próxima edición. Solo como prueba, por supuesto. Te aseguro que Sofía es una
               gran periodista, y estoy convencido de que tú tienes buenas historias que contar.


               Sentí que me ponía colorada. Aunque quizá el rojo no estaba de moda, porque
               Sofía prefirió ponerse blanca. Más que un fantasma.
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