Page 136 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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–A no ser que alguna de las dos tenga miedo...


               ¿Miedo? Estaba a punto de marearme. Ya podía verme a mí misma en mi gran
               despacho del periódico, bebiendo café de un teléfono, hablando por los
               pendientes y con dos grandes tazas colgando de las orejas, una con mi nombre,

               «Úrsula la Chalada», y otra con el título de mi columna semanal: «Al habla la
               loca». Y mientras mi cabeza se entretenía teniendo visiones, mi boca dijo:

               –Claro que no.


               Que fue exactamente lo mismo que dijo Sofía, y al mismo tiempo.


               Entonces el psicólogo sí que nos dejó marchar. «Adiós, George», y huimos.


               Salimos del despacho cada una de un color y en una dirección distinta, porque
               una cosa estaba clara: si ambas habíamos aceptado el absurdo trato de George
               era porque, por muchas historias que cuente, un psicólogo siempre está por
               encima de un alumno en la pirámide alimentaria del colegio, y ninguna de las
               dos queríamos ser devoradas. Pero eso no significaba, ni mucho menos, que ella
               y yo fuésemos iguales.


               Y muchísimo menos aún que fuésemos amigas.
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