Page 134 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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–Las señoritas Olsen eran hermanas. Creo que lo habían sido siempre. Y, sin
embargo, no se soportaban la una a la otra. Se tenían mutuamente una envidia
espantosa, y siempre estaban discutiendo por decidir cuál era la más lista, cuál la
más guapa, cuál la más joven o cuál la que mejor discutía de las dos. Esta era la
razón por la que nadie quería tenerlas cerca. Para ellas, todo se convertía en una
competición.
Sonó el timbre que indicaba el final de las clases, pero George esperó
pacientemente a que su sonido se apagara y continuó:
–Un día, cansadas de tanto pelear sin llegar a ningún acuerdo, decidieron
consultar sobre el asunto a la mujer más sabia del pueblo: Lily Frugendubber. O
Drugenfubber, nunca consigo recordarlo. Era dueña de una peluquería para
gatos, pero eso no importa demasiado. El caso es que acudieron a visitarla y le
preguntaron sin más preámbulo:
»–Lily, ¿cuál crees que es la mejor de entre nosotras dos?
»La anciana pasó un rato pensando, miró en torno suyo y a continuación
respondió:
»–Será la mejor aquella que consiga alcanzarme mi tetera –dijo señalando al
techo.
»Las Olsen miraron hacia arriba. La horrible tetera de porcelana de Lily las
miraba desde lo más alto de una alta estantería, y con su descarado pitorro
parecía decir: “Aquí os espero”. Las hermanas calcularon que saltando o
trepando no conseguirían sino lastimarse. Tampoco había a la vista ningún
mueble lo suficientemente sólido como para subirse en él, salvo el sillón donde
estaba sentada Lily Frugendubber. Y esta, desde luego, no tenía intención de
moverse. Solo cabía una solución: que una de las hermanas se aupase en la otra.
»–Esa prueba es muy estúpida, Lily –opinaron las hermanas–. Es obvio que
ninguna puede llegar a la tetera sin la ayuda de la otra.
»–Pues ahí lo tenéis –respondió Lily–. Sin la ayuda de la otra, ninguna será la
mejor. Y aquí las únicas estúpidas sois vosotras. ¡Dejadme en paz!