Page 176 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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para que papá se atreviese a salir de su cabina y presentarse a mamá. Pero lo más

               importante ya estaba hecho.

               Por eso siempre me ha gustado el trabajo de papá.


               Hasta hoy. Bueno, hasta el día en que Rebecca entró realmente en acción.


               Y es que, para llegar al colegio Saint Patrick y regresar a tiempo para las
               croquetas de espinacas, Rebecca Paradise no iba a tener más remedio que
               emprender un viaje clandestino... bajo tierra.


               Esa mañana, después de la ducha, cerré el pestillo del cuarto de baño y me miré
               atentamente los pies. Apenas quedaba un poco de esmalte verde y
               descascarillado sobre mis uñas. Me dediqué a repintarlas cuidadosamente. Aquel
               día, más que nunca, necesitaba sentirme Rebecca Paradise. Aunque no iban a
               ponérmelo fácil.


               Después dejé que papá me llevase a la puerta de mi escuela número cuatro y, en
               cuanto su coche se hubo alejado, volví sobre mis pasos y me puse a seguir las
               huellas de sus ruedas (es un decir) hasta la estación de metro más cercana.


               Era mi primer viaje sola en transporte público y me sentía asustada.


               Pensé que, como en las películas, el metro estaría lleno de gente sospechosa, de
               gente peligrosa y de gente sin casa durmiendo sobre los asientos del vagón bajo
               un montón de cartones viejos. Pero resulta que esto no es Nueva York. A
               aquellas horas de la mañana, la mayor amenaza era... la gente normal.


               Cientos de personas con paraguas y maletines avanzaban por las escaleras y los
               pasillos en todas direcciones, arriba y abajo, como una gran marea de abrigos
               negros entre los que me sentía perdida. Todos me adelantaban, me empujaban y
               chocaban contra mí.


               Nadando a contracorriente, pude al fin acercarme a consultar un plano.
               Necesitaba saber qué línea me llevaría hasta el misterioso Saint Patrick.


               Maldición. Maldición y un poco de emoción: era la línea que conducía papá.
               ¡Ánimo, Rebecca! Hay decenas de trenes cruzándose cada día en el espacio, no
               será hoy precisamente cuando te choques con la nave espacial de tu padre, el
               falso astronauta.
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