Page 177 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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Me acerqué al andén, pero sin llegar a pisarlo. Preferí ocultarme en un recodo
del pasillo desde el que podría controlar la llegada del metro. Era, ciertamente,
un lugar extraño para detenerse. Y entonces la gente empezó a mirarme de
manera peculiar.
«¿No debería estar en la escuela esta pequeña?», comentó a su acompañante una
anciana negra que pasaba lentamente junto a mí, ayudándose de unas muletas.
Rebecca Paradise no perdió el tiempo. Sacó su cuaderno nuevo-viejo y un
bolígrafo de la mochila y se acercó a las viajeras pintándose en la cara una
sonrisa estilo Sofía:
–Buenos días, los alumnos del colegio Saint Patrick estamos realizando una
encuesta. Como ciudadana de a pie, ¿cree que... eh... cree que todos los colegios
públicos deberían tener derecho a una piscina climatizada igual que los
privados?
–Eh... –se sorprendió la mujer–. Yo... bueno... sí. ¡Pon que sí! No veo por qué los
pobres niños no van a tener derecho a refrescarse.
–En nombre de Saint Patrick, muchas gracias por su colaboración.
–A ti, bonita.
Seguí deambulando de una pared a otra con mi falso cuaderno de encuestas
mientras la gente me esquivaba para evitar mis falsas preguntas. Qué truco tan
fantástico.
Me sentía Rebecca. ¡Era Rebecca!
Al fin, después de unos minutos, se oyó acercarse el rugido del tren. Esperé
pacientemente a ver pasar la máquina desde mi escondite. Menos mal. La
persona que conducía el tren no se parecía en nada a papá. Esta llevaba el pelo
recogido en una coleta, largas pestañas y, por si fuera poco, era una mujer.
¡Arriba!
El viaje fue bastante tranquilo, aunque, por miedo a las cámaras de seguridad del
vagón, decidí buscar un punto muerto para no ser grabada. De modo que recorrí
las seis estaciones que me separaban de Saint Patrick acurrucada bajo un
extintor.