Page 232 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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–¡Claro! –más que decirlo, lo escupió–. ¿Qué vas a decir tú? Te viene muy bien

               lamerle el trasero a Doña Perfecta a ver si por fin te echas una amiga, ¿no?

               Tú y yo sabemos por qué no me interesaba que siguieran investigando, pero la
               explicación de Lavender parecía de lo más natural.


               –Bueno –siguió ella–. Yo me voy y me llevo mis papeles, ¡trae! Pienso seguir
               investigando si me da la gana. ¿Vienes, Thomas?


               Thomas miró a Sofía con un poco de lástima, pero al final contestó «bueno» y
               siguió a Lavender fuera de la clase. Sofía empezó a guardar sus cosas
               atropelladamente.


               –No creas que necesito que nadie me lama el trasero –murmuró mientras trataba
               de correr la cremallera de su mochila, por la que asomaban varios papeles y una
               regla.


               –¿Qué? –me extrañé–. No lo he hecho por ti, idiota.


               –¿Idiota? –repitió, incorporándose–. ¿Qué estás buscando, que nos zurremos?


               Yo di un paso hacia atrás, en dirección a la puerta.


               –¿O es que te da miedo? –preguntó acercándose, y yo retrocedí un par de pasos
               más–. Bah, ¡solo eres una gallina!


               –¡Pues tú eres una urraca! –estallé–. Sí, eso es: una urraca... Urraca Jenkins.


               Es difícil describir lo que sucedió en los ojos de Sofía a continuación. Se
               abrieron mucho de repente como para que pudieran meterse dentro un montón de
               cosas: sorpresa, furia, confusión y, sobre todo, miedo. No sé explicarlo mejor.


               Y justo en aquel momento, alguien llamó con los nudillos a la puerta.

               –Si quieres saber lo gallina que soy, puedes comprobarlo esta misma tarde –le

               susurré antes de que quien fuera nos interrumpiese–. Tú y yo. Solas.

               –No te tengo miedo –contestó ella, y a sus ojos se añadió un brillo de desafío–.
               Te espero a las cinco en el parque del lago.
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