Page 85 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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aconsejaban que se acostumbrara. Pero Bruno no quería acostumbrarse.







                                                            XV


               Esa mañana en la escuela varios niños llegaron desesperados con el propósito de
               presumir sus últimos trofeos. Durante el recreo se arremolinaron debajo de un
               sauce y empezaron a mostrar sus joyas: casquillos de grueso calibre. Julio
               presumía haber recogido más de diez en la casa afectada. Se había arrojado sobre
               ellos como si fueran dulces de una piñata despanzurrada. Ahora los vendía a
               veinte pesos cada uno. Bruno se alejó de ellos. Palpó el amuleto de metal. Cada
               vez pesaba más. A la salida caminó solitario. Pasó por la ladrillera abandonada.
               Se detuvo.






                                                           XVI



               Por la misma acera pasaron dos niños de segundo grado. Uno, emocionado, le
               enseñaba al otro el casquillo de una bala. Alcanzó a escuchar que decía:


               —Ya sé qué voy a ser de grande, güey.

               Se alejaron. Bruno cruzó la improvisada cancha de futbol. Llegó hasta el lugar

               donde hizo el hallazgo del pie. No había ya una sola mosca. Habían removido la
               tierra. Sacó de su pantalón el casquillo de bala que le regaló Sergio. Lo miró
               sobre la palma de su mano. Lo apretó entre los dedos y finalmente lo lanzó hacia
               las sucias aguas del canal. Sonrió. Regresó a casa, ligero. No tenía ya sobre sus
               hombros la carga de un destino que no deseaba.
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