Page 141 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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CONQUISTA  DE  HALICARNASO                  135
      tienda  junto  al  jarro  de  vino,  estaban  fanfarroneando  a  propósito  de  sus  hazañas
      y  de  sus  personas,  jurando  que  conquistarían  toda  la  ciudad  de  Halicarnaso  a
      punta  de  lanza;  de  pronto,  animados  por  el  vino  y  sin  encomendarse  a  nadie,
      cogieron sus escudos y sus  picas y se  fueron hacia las  murallas,  donde  se  pusieron
      a  tremolar  sus  armas  y  a  gritar  hacia  lo  alto  de  las  almenas;  los  defensores  de
      aquel  sector,  viéndolos  y  oyéndolos  desde  arriba,  hicieron  una  salida  contra  los
      dos  soldados, pero éstos  no se movieron del sitio;  el  que  se acercaba  demasiado  a
      ellos  era  derribado  a  lanzadas  y  el  que  retrocedía  corría  la  misma  suerte.  Sin
      embargo,  el  número  de  enemigos  crecía  a  cada  paso  y  ya  los  dos  macedonios,
      que,  además,  estaban  en  terreno  más  bajo,  iban  a  sucumbir  ante  la  superioridad
      arrolladora  del adversario.  Pero  sus  camaradas,  que  habían  visto  desde  el  campa­
      mento  aquella  extraña  refriega,  corrieron  en  su  ayuda;  acudieron  también  en
      tropel los defensores de la ciudad y la escaramuza fué convirtiéndose  en  un  reñido
      combate  al  pie  de  las  murallas.  Pronto  llevaron  las  de  ganar  los  macedonios,
      rechazaron  al  enemigo  dentro  de  la  ciudad,  y  en  vista  de  que  las  murallas,  por
      esta  parte,  estaban,  por  el  momento,  casi  desguarnecidas  de  defensores  y,
      además,  derruidas  por  uno  de  los  puntos,  parecía  que  lo  único  que  faltaba  para
      lanzarse  al asalto  general  era  la  orden  del  rey.  Pero  éste  no  la  dió;  le  habría  gus­
      tado  conservar la  ciudad  intacta,  confiando  en  que  capitularía.
          Sin  embargo,  los  defensores  habían  construido  detrás  de  aquella  brecha
      abierta  por  los  sitiadores  un  nuevo  muro  en  forma  de  media  luna  que  iba  de
      una  torre  a  otra.  El  rey  ordenó  que  todos  los  demás  trabajos  se  concentrasen
      en  este  punto;  se  levantaron  paredes  protectoras  hechas  de  ramas  entretejidas;
      altas  torres  de  madera  y  techos  de  tortuga  con  quebranta-murallas  fueron  coloca­
      dos  en  aquel  ángulo  de  la  muralla,  que  se  había  limpiado  ya  de  escombros  y  se
      había terraplenado para comenzar los  nuevos  trabajos  de  demolición.  El  enemigo
      volvió  a  intentar  una  salida  para  incendiar las  máquinas  de  asedio,  mientras  que
      los defensores de las  dos torres y de la muralla  apoyaban intensamente su intento;
      ya  estaban  ardiendo  varias  paredes  de  ramas  e  incluso  una  de  las  torres  y  los
      macedonios  destacados  allí  para  defenderlas,  al  mando  de  Filotas,  apenas  eran
      capaces  de  proteger las  restantes,  cuando  apareció  Alejandro  con  algunos  refuer­
      zos;  los  enemigos,  al  verle,  arrojaron las  teas  y las  armas  y  corrieron  a  esconderse
      detrás  de las  murallas,  desde  donde,  cogiendo  de  flanco  y  en  parte  de  espaldas  a
      los  atacantes,  arrojaban  contra  ellos  sus  proyectiles  y  les  causaban  bastante  daño.
          Ante  una  resistencia  tan  tenaz  como  aquélla,  Alejandro  no  podía  seguir
      pensando  en  una capitulación.  Puso  a  trabajar  de  nuevo los  artefactos  de  demoli­
      ción,  con ardor redoblado;  él  mismo  presenciaba los  trabajos  y los  dirigía.  Enton­
      ces  Memnón  —según  se  cuenta,  apremiado  por  Efíaltes  para  que  no  aguardase
      a  que  las  cosas  se  pusieran  peor—  ordenó  una  salida  general.  Una  parte  de  la
      guarnición, al mando de Efíaltes, irrumpió por el lugar de la  muralla que  se  halla­
      ba  más  en  peligro,  mientras  que  el  resto  salía  por  otra  puerta,  el  Tripilón,  por
      donde  menos  prevenido  se  hallaba  el  enemigo,  en  dirección  al  campamento  de
      los sitiadores.  Efíaltes peleó con el  mayor arrojo,  sus hombres  lanzaron  teas  incen­
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