Page 139 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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CONQUISTA  DE  HALICARNASO                  133
          Tan  pronto  como  Alejandro  puso  el  pie  en la  Caria,  salió  a  su  encuentro  la
      princesa Ada,  la dinasta  destronada,  quien le  prometió  ayudarle  por  todos  los  me­
      dios a  conquistar el  país, augurándole  que  su solo  nombre —el  de  ella— le atrae­
      ría  muchos  amigos;  le  aseguró  que  las  personas  pudientes,  descontentas  por  los
      nuevos  vínculos  contraídos  con  Persia,  optarían  en  seguida  por  ella,  pues  sabían
      que,  al  igual  que  su  hermano,  había  sido  siempre  enemiga  de  los  persas  y  parti­
      daria  de los  griegos;  y  rogó  al  rey  que,  como  prenda  de  sus  sentimientos  de  afec­
      ción,  la  adoptase  por  hija.  Alejandro  no  rechazó  de  plano  la  sugestión  y  la
      dejó  dueña  de  Alinda.  Los  carios  rivalizaban  en  pruebas  de  sumisión  hacia
      él,  principalmente  las  ciudades  griegas;  por  donde  pasaba,  iba  restaurando  su
      democracia,  concediendo  la  autonomía  a  las  ciudades  y  eximiéndolas  del  pago
      de tributos.
          La única que quedaba por someter era Halicarnaso,  a  donde se había retirado
      Otontopates;  también  se  había  refugiado  en  ella  Memnón  con  los  restos  del
      ejército  derrotado  en  el  Gránico,  después  de  haberse  retirado  de  Efeso  y  Mileto,
      por  no encontrar la  situación  propicia  ni  el  tiempo  suficiente  para  organizar  una
      resistencia  eficaz;  habiendo  uñido  sus  fuerzas  a  las  del  sátrapa  cario,  estaba  dis­
      puesto  a  defender  aquella  posición,  que  era  la  última  importante  de  las  costas
      del  Asia  Menor.
          La  ciudad  estaba  rodeada  de  potentes  murallas  por  tres  partes;  la  cuarta,  la
      del  sur,  daba  hacia  el  mar.  Tenía  tres  ciudadelas,  la  acrópolis,  que  se  elevaba
      sobre  las  colinas  de la  parte  norte,  la  Salmácide,  emplazada  en  el  ángulo  sudoes­
      te,  sobre  el  mar,  en  el  cuello  de  la  península  que  cierra  hacia  el  oeste  la  bahía
      de  Halicarnaso,  y  finalmente  la  fortaleza  del  rey,  situada  en  una  pequeña  isla  a
      la  entrada  del  puerto  natural  que  forma  el  fondo  de  la  bahía.  Memnón  mandó
      a  su  mujer  y  a  su  hijo  junto  al  gran  rey,  en  apariencia  para  sustraerlos  a  todo
      peligro,  pero  en  realidad  para  poner  en  sus  manos  una  prenda  de  su  lealtad,  ya
      que  su  origen  griego  había  dado  pábulo  no  pocas  veces  a  recelos  y  sospechas.
      Para  hacer  honor  a  aquella  devoción  y,  al  mismo  tiempo,  abrir  ancho  campo
      a  su  talento  reconocido  y  muchas  veces  probado  de  general,  el  rey  de  los  persas
      le entregó el alto mando  sobre  todo el poder naval persa y sobre las  costas;  si  aún
      era  posible  salvar  algo  para  Persia,  Memnón  parecía  el  hombre  más  indicado
      para  salvarlo.  Desplegando  una  actividad  extraordinaria,  reforzó  las  fortificacio­
      nes de la  ciudad  con nuevas  obras  de  defensa,  principalmente  con  un  foso  ancho
      y  profundo,  aumentó  la  guarnición,  formada  por  persas  y  mercenarios,  hizo  que
      sus  barcos  de  guerra  entraran  en  el  puerto  de  la  ciudad  para  que  sirvieran  de
      punto  de  apoyo  a  la  defensa  y  pudieran  proveerla  de  víveres  en  caso  de  un  sitio
      prolongado;  mandó  fortificar  la  isla  de  Arconesos,  que  dominaba  la  bahía  por  el
      este,  envió guarniciones a  Mindos,  Caunos,  Tera  y  Calípolis;  en suma,  hizo cuan­
       to podía hacerse para  convertir a la  ciudad  de  Halicarnaso  en  centro  de  una  serie
       de  movimientos  eficaces  de  defensa  y  en  un  baluarte  contra  los  avances  de  los
       macedonios. Esto atrajo a Halicarnaso desde la  Hélade a  no pocos de los  represen­
       tantes del partido antimacedonio derrotado en sus  estados,  entre  ellos los  atenien­
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