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20 TRAYECTORIA HISTORICA DE GRECIA
de Tebas, en auge por aquel entonces, una imagen refleja de la autoridad de que
gozara en otro tiempo, y pronto estuvo también en condiciones de obligar a los
reacios. Tratábase, sobre todo, de hacer que entrase en la liga Anfípolis, colonia
fundada en tiempos pasados por Atenas y con ayuda de la cual había dominado
las costas tracias; y no tuvo inconveniente en recurrir a la ayuda de los mace
donios y de los príncipes tracios para conseguir lo que se proponía. Por su
parte, Anfípolis, apoyada por Olinto, resistió a los insistentes ataques de Atenas.
En esta lucha entablada por lograr la hegemonía dentro de la Hélade, apa
recía ahora un cuarto poder. El poderoso Jasón de Feres, a quien los tesalíenses,
siguiendo las viejas normas de su país, habían encomendado el cargo de tagos o
capitán y que, tras una labor incansable de reclutamiento de tropas y construc
ción de naves, había logrado poner en pie de guerra un ejército como jamás lo
había conocido la Hélade, hizo saber que sus preparativos iban dirigidos contra
los bárbaros de oriente y que abrigaba el propósito de enviar una expedición por
mar contra el rey de los persas. Cuando, como para consagrar la obra iniciada,
se disponía a participar con gran pompa en las fiestas píricas de Delfos, fué
asesinado por unos conjurados, siete jóvenes, a quienes el mundo helénico había
de glorificar más tarde como “tiranicidas”. Tras sangrientas discordias fami
liares, el resto del poder que aquel hombre había dejado como herencia fué a
parar a las manos de su cufiado Alejandro de Feres, a quien sus parientes más
próximos asesinaron al cabo de diez años.
De este modo, Tebas consiguió desembarazarse del rival que tenía a sus
espaldas, mientras aquel golpe hería a Esparta muy en lo vivo. Con objeto de
ganar la delantera a Atenas, en su nuevo auge, Tebas construyó también una
flota y empezó a dejarse sentir en los mares. Ahora, la Arcadia unida, apenas
liberada de sus opresores, creyó que ya no necesitaba de los tebanos y se hallaba
en condiciones de poder conquistar incluso la supremacía en el Peloponeso. Alen
tados por esta pretensión, los arcadienses acudieron en ayuda de los de Argos para
respaldar el ataque dirigido por éstos contra Atenas y Corinto sobre Epidauro,
irrumpieron en el valle del Eurotas y se apoderaron de una parte de la Laconia;
pero entonces, los espartanos recibieron socorros del tirano Dionisio, 2,000 mer
cenarios celtas, y los de Arcadia fueron rechazados; en vista de ello, se lanzaron
con furia redoblada sobre sus vecinos del oeste; se dirigieron sobre Olimpia para
dirigir las próximas fiestas de aquella ciudad sagrada, y en el mismo santuario
se libró la batalla en la que los .eleos hubieron de abandonar el terreno, y los
inmensos tesoros del templo se esfumaron entre sus manos.
Y lo que sucedía aquí, sucedía en todas partes: todos peleaban contra todos.
Parecía como si en el helenismo sólo palpitasen ya la fuerza y la pasión necesa
rias para hacer frente y paralizar a lo que aún se mostraba poderoso, para echar
por tierra lo que amenazaba con descollar. En la política helénica quedaba ya
muy poco, por no decir que nada, de los sentimientos de gratitud y de lealtad, de
las grandes ideas de otros tiempos, de las tareas de orden nacional, y el sistema