Page 32 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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22                TRAYECTORIA  HISTORICA  DE  GRECIA

       a enemigos y a amigos en vez de hacer la guerra, destacaba a funcionarios y guarni­
       ciones atenienses en las ciudades aliadas, deportaba a sus mismos ciudadanos de los
       estados  federados  —como  hizo,  por  ejemplo,  con  los  de  Samos—  para  repartir
       entre  los  funcionarios  áticos  sus  casas  y  sus  tierras,  pisoteando  con  tal  descaro
       los  derechos  y  los  deberes  de  la  federación  instaurada  por  ella,  que  los  aliados
       más  poderosos  aprovecharon  la  primera  ocasión  que  se  les  presentó  para  aban­
       donarla.  Ya  no  fué  posible  retenerlos  a  la  fuerza:  Atenas  perdió  por  segunda
       vez  su  poderío  marítimo;  pero  aún  conservaba  la  isla  de  Samos  y  algunos  otros
       territorios;  y  tenía  en  sus  astilleros  más  de  350  trieras,  cifra  superior  a  la  de
       ningún  otro  estado  helénico.
           El helenismo occidental  parecía  seguir la  misma  curva  de  decadencia.  Hasta
       su  muerte,  Dionisio  de  Siracusa  había  empuñado  el  timón  con  mano  firme  y
       enérgica;  bajo  el  gobierno  de  su  hijo,  del  mismo  nombre,  la  filosofía,  represen­
       tada  por  Dión,  Calipo  y  el  propio  Platón,  intentó  poner  en  práctica  sus  ideales
       en  la  corte  del  tirano,  hasta  que  el  joven  soberano  se  cansó  de  aquel  juego  y
       empezó a  revelar la  otra  cara de  su  malcriada  pobreza  de  espíritu.  En los  lamen­
       tables  diez  años  que  duró  su  gobierno  y  el  decenio  no  menos  lamentable  que
       los  siguió,  pereció  su  dinastía  y  se  desmoronó  el  reino  que  su  intrépido  padre
       fundara.
           Las  creaciones  del  helenismo  en  el  terreno  de  la  poesía  y  del  arte  y  en
       todos  los  campos  de  la  vida  intelectual  siguen  siendo  maravillosas,  aun  en  esta
       época;  basta  con  consignar  los  nombres  de  un  Platón  y  un  Aristóteles  para
        señalar  las  obras  del  espíritu  sumadas  por  este  período  a  las  del  anterior.  Pero
       el  estado  de  las  cosas  públicas  y  privadas  hallábase  afectado  por  una  grave  enfer­
       medad;  la  situación  era  desesperada,  si  los  helenos  seguían  moviéndose  dentro
        de  aquel  círculo  vicioso.
           El  mal  no  estaba  solamente  en  que  se  hubiesen  roto  las  antiguas  formas
        obligatorias  de la  fe y de las  costumbres,  de la vida  familiar,  del  orden  del  estado
       y  de  la  sociedad,  o  en  que  hubiesen  hecho  mella  en  ellas  las  ideas  de  la  nueva
        cultura;  no  estaba  solamente  en  que  los  cambios  políticos  acelerados  hubiesen
        venido a  destruir la  estabilidad  de las  pequeñas  comunidades  y en  que,  a  medida
        que  crecía  la  masa  de  los  emigrados  políticos,  aumentase  más  y  más  el  peligro
        de  nuevas  y  más  violentas  explosiones;  en  que  el  desvergonzado  régimen  de
       los  soldados  mercenarios,  organizado  ya  completamente  como  una  “industria”,
       enviase  sus  contingentes  a  lo  largo  del  mundo  para  luchar  en  pro  o  en  contra
        de  la  libertad,  de  la  tiranía  o  de  la  patria,  en  pro  o  en  contra  de  los  persas,  de
       los  cartagineses  o  de  los  egipcios,  a  favor  de  cualquier  causa  por  la  que  se  les
        pagara  una  soldada.  Peor  que  todo  ello  era  que  este  helenismo  de  elevada  cul­
        tura,  en  sus  intentos "constantemente  renovados  por  realizar  el  ideal  del  estado,
        no  hacía  más  que  multiplicar  los  mismos  daños  que  se  proponía  remediar;  que,
        partiendo  de  falsas premisas, llegaba  a  conclusiones  no  menos  falsas;  que,  preocu­
        pado  solamente  por  la  autonomía  de  las  pequeñas  y  mínimas  comunidades,
        atento  solamente  a  la  libertad  personal  incondicional  y  a  la  intervención  incon­
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