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TRAYECTORIA HISTORICA DE GRECIA 23
dicional de todos los ciudadanos en el gobierno, no sabía encontrar las formas
necesarias para garantizar siquiera la autonomía y la libertad, ni mucho menos
la plétora de bienes nacionales que poseía y, sobre todo, para proteger la exis
tencia misma de la nación, ya seriamente amenazada.
No era difícil ver qué era lo que la Hélade necesitaba. “De todos los
estados que hasta ahora han tenido la hegemonía —dice Aristóteles—, no ha
habido ninguno que no considerase como su interés implantar en las ciudades
dependientes de ellos una constitución a tono con la suya propia, unos la demo
cracia y otros la oligarquía, atentos más a su propio provecho que al bien común,
de tal modo que jamás o rara vez y en contados casos se instauró el régimen de
gobierno del justo medio; y así nos encontramos con que las poblaciones se han
habituado, no a querer la libertad, sino a dominar o a ser dominadas.” En breves
y nítidas palabras señala el gran pensador el estado febril y extenuante a que
esto conduce: deportaciones, violencias, regreso de los emigrados, repartos de
bienes, cancelaciones de deudas, manumisiones de esclavos para derrocar el orden
existente; unas veces, el demos se abalanza sobre los ricos y otras veces éstos
ejercen un poder oligárquico sobre el demos; la ley y la constitución no protegen
jamás a la minoría contra la mayoría, pues no son, en manos de ésta, otra cosa
que un arma contra aquélla; la seguridad jurídica ha desaparecido, la paz interior
se ve amenazada a cada paso; las ciudades democráticas brindan todas ellas
asilo a los emigrados de ideas democráticas, las oligárquicas a los emigrados de
sentimientos oligárquicos, sin que ni unos ni otros rehuyan ni rechacen ningún
medio para conseguir su vuelta a la patria y derrocar el estado de cosas reinante
en ésta y hacer con los vencidos lo mismo exactamente que éstos hicieron con
ellos. Entre los estados helénicos, los pequeños y los de mínimas proporciones,
no rige más derecho público que este estado de guerra de los faccionalismos
azuzados por las pasiones, y cualesquiera alianzas, apenas pactadas, vuelan he
chas añicos tan pronto como cambia en los estados aliados la facción gobernante.
Cada día que pasaba veíase más claro y con fuerza más imperativa que los
tiempos de los pequeños estados autónomos y de las federaciones parciales, con
o sin hegemonía, habían pasado, que era necesario recurrir a nuevas formas de
estado, a formas panhelénicas, tan potenciadas que en ellas se disociasen los
conceptos de estado y ciudad, hasta entonces mezclados y confundidos, de modo
que la ciudad desempeñase funciones municipales dentro del estado, de lo que
existía un precedente en la organización ática por demes, como había intentado
hacerse en la antigua liga marítima, aunque este principio sólo se había aplicado
al estado de la potencia federativa, sin hacerse extensivo, en un plano de igual
dad de derechos, a los miembros de la federación. Pero no era sólo esto; en el
seno del helenismo, demasiadas fuerzas, pretensiones y rivalidades, demasiadas
necesidades y demasiados impulsos habían ido convirtiéndose desde entonces en
costumbre, demasiada vida se había trocado en condición de vida para que,
confinadas dentro de aquel reducido espacio de la metrópoli, en la que todo
lo pequeño parecía grande y pequeño todo lo grande, pudieran saciarse o seguirse