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28 FILIPO DE MACEDONIA Y SU POLITICA
ciudad de Potidea, ocupada por colonos áticos; también los de Olinto creían
dárselas de listos al procurar lucrarse con lo que ya veían como un peligro para
ellos. Ahora, después del primer éxito logrado por Filipo contra los focenses,
enviaron mensajeros a los atenienses para proponerles una alianza; Filipo, por
su parte, tomó como pretexto el hecho de que se negasen a entregarle al pre
tendiente de la corona macedónica al que habían dado asilo, para lanzarse a
la lucha contra ellos. Y, a pesar de los refuerzos enviados por Atenas, la liga
calcídica fué derrotada, Olinto destruida y las demás ciudades de la confedera
ción anexionadas por Macedonia (año 348).
Al tiempo que ocurría esto, los atenienses habían intentado en vano orga
nizar una expedición militar a Eubea. La mayoría de los tiranos que gobernaban
las distintas ciudades de la isla estaban de parte de Filipo; éste tenía en sus
manos, con ello, una posición que amenazaba de flanco a la península ática.
El macedonio se lanzó desde Olinto —ya por tercera vez— contra Quersoblep-
tes, rey de los tracios, quien, estimulado por Atenas, había prestado ayuda a los
olinteses. La flota macedónica era ya lo suficientemente fuerte para saquear
las islas áticas de Lemnos, Imbros y Sciros y apoderarse de los comerciantes
áticos como rehenes; una de las trieras sagradas de Atenas había sido apresada
en las playas de Maratón y llevada a Macedonia como trofeo de guerra.' Tebas,
duramente acosada por los focenses, impetró la asistencia de Filipo y lo invitó
a ocupar con sus tropas el paso de las Termópilas. Para evitar que este acto, el
más fatal de todos, se consumara, Atenas ofreció la paz a Macedonia; Filipo
dió largas a las negociaciones, mientras que Atenas, para salvar las Termópilas
y el Helesponto, exigía que fuesen incluidos en la paz los focenses y Quersoblep-
tes, los sacrilegos y los bárbaros, hasta que, por último (en el 346), se mostró
dispuesta a sellar la paz aun sin estas condiciones, todo lo cual demostraba
cómo había ganado en importancia la causa de Filipo y lo mucho que había
perdido la de Atenas. Al mismo tiempo, la crisis final de la guerra sagrada venía
a precipitar los acontecimientos.
Los focenses seguían ocupando las Termópilas y en Beocia las ciudades de
Orcómenes y Coronea, que se habían separado de Tebas; es cierto que el tesoro
del templo de Delfos estaba ya casi agotado, pero los de la Fócida confiaban en
Atenas, y Arquídamo, el rey de Esparta, acudió en su socorro con mil hoplitas.
Filipo consiguió que fuesen retirados los espartanos, con la intención de que el
santuario de Delfos fuese a parar a manos de ellos; por su parte, el caudillo de
los focenses, a cambio de que se le permitiese retirarse con sus 8,000 soldados
mercenarios, cedió a los macedonios las Termópilas —era por los días en que el
demos de Atenas proponía la paz de que hemos hablado más arriba—. Filipo
avanzó con sus tropas sobre Beocia; las ciudades de Orcómenes y Coronea se
rindieron; Tebas se alegraba de recobrar estas ciudades por medio de Filipo.
Este, en unión de los tebanos y los tesalienses, convocó el consejo de los anfic-
tiones, al que Atenas se negó a enviar representantes. Quedó decretada así la
suerte de los focenses: se les declaró eliminados de la sagrada liga, sus veintidós