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FILIPO DE MACEDONIA Y SU POLITICA 31
tionía desde la terminación de la guerra sagrada; los reunidos acordaron organi
zar una expedición sagrada contra Anfisia, a cargo de las tribus más próximas.
El empeño tuvo poco éxito, pues los de Anfisia persistieron en su actitud
rebelde. La siguiente asamblea de los anfictíones (celebrada en el otoño del
339) encomendó al rey Filipo el castigo de los sacrilegos, la hegemonía de la
guerra sagrada.
Filipo acudió presuroso, pero no sólo para castigar a los labriegos de Anfi
sia. Atenas había renovado la guerra con él, le había obligado a batirse en reti
rada ante Bizancio y Perintos; la expedición en desagravio del dios délfico
permitíale situar sus fuerzas armadas de tierra cerca de las fronteras áticas, re
anudar la guerra en un sitio en que para nada les servía su poder marítimo a
los atenienses; el hecho de que ellos mismos hubiesen provocado este incidente
de Anfisa y ahora se volviesen en contra del hombre que venía a castigar a los
culpables acusados por ellos ponía en evidencia ante los ojos de todo el mundo
su falta de razón y las contradicciones internas de su política. Filipo creía poder
contar con Tebas, que ahora, sobre todo desde la guerra contra los focenses,
encolerizada contra Atenas y obligada a gratitud para con las armas salvadoras
de Macedonia, hallábase unida a él por una alianza. Nicaia, ciudad situada en
el extremo meridional de las Termopilas, asignada por él a los tesalienses, estaba
con él y le abría el camino hacia el sur. Hizo que una parte de su ejército de
Heraclea, situado en la entrada norte de las Termopilas, avanzase a través del
paso que cruza la comarca de Doris, para seguir el camino más próximo hacia
Anfisa, mientras él, al frente de la parte más numerosa de sus tropas, cruzaba
por Nicaia, siguiendo el paso que desciende hacia Elatea, en el valle alto del
Cefiso, donde este río baña todavía las tierras de la Fócida. En los últimos días
del otoño del año 339 llegó a Elatea, donde se atrincheró; tenía ante sí las fron
teras abiertas de Beocia y el camino que conducía al Atica, y a sus espaldas los
pasos que aseguraban su comunicación con Tesalia y Macedonia.
Envió emisarios a Tebas; prometió a los tebanos, si su ciudad tomaba parte
en la marcha sobre Atenas, participación en el botín de la victoria y mejoras
de territorio; caso de que no quisieran luchar exigía, por lo menos, paso libre
a través de su demarcación. Al mismo tiempo, presentáronse en Tebas los emi
sarios de Atenas, y Demóstenes consiguió a pesar de todo, gracias a su celo, lo
que no se había logrado desde hacía veinte años: concertar una alianza entre
los tebanos y los atenienses. Tebas envió un contingente de mercenarios para
ayudar a los locrenses de Anfisa y Atenas Ies facilitó 10,000 hombres reclutados
por ella; ambas ciudades invitaron a los focienses desterrados a volver a su patria
y les ayudaron a fortificar de nuevo algunas de las plazas más importantes del
país. Pero los macedonios se abrieron paso hasta Anfisa, derrotaron a los con
tingentes mercenarios del enemigo y destruyeron la ciudad. Atenas y Tebas
hicieron ardientes preparativos para cerrar el paso a las fuerzas principales de
Filipo en la Fócida, poniendo también a sus ciudadanos bajo las armas; el ejér
cito ateniense avanzó hacia Tebas y se unió con el de Beocia. Dos encuentros