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FILIPO  DE  MACEDONIA  Y  SU  POLITICA          29
      ciudades  fueron  disueltas,  las  murallas  de  éstas  derruidas,  los  vecinos  de  ellas
      que  se  habían  ido  a  la  guerra  con  los  mercenarios  malditos  como  sacrilegos  y
      dejados  a  merced de  quien  los  apresase;  lo  único  que  se  rechazó  fué la  propuesta
      de  los  oitaos  para  que  fuesen  pasados  a  cuchillo  todos  los  habitantes  del  país
      capaces  de  empuñar  las  armas.  Por  un  acuerdo  ulterior  de  los  anfictiones,  se
      transfirieron  a  Filipo  la  voz  y  el  voto  de  los  focenses  y  encomendáronse  al  rey
      de  Macedonia  la  dirección  de  las  fiestas  páticas  y  la  protección  del  santuario  de
      Delfos.
          Así  fué  como  Filipo  se  puso  al  frente  de  esta  sagrada  liga  que,  gracias  a
      todo  lo  que  acababa  de  acaecer,  asumía  una  importancia  política  como  jamás
      la  había  tenido  hasta  entonces.  La  proyección  inmediata  de  estos  acuerdos  hí-
      zose  sentir  sobre Atenas,  la  cual  no  se  decidía  a  reconocer  los  acuerdos  tomados
      ni  las  facultades  transferidas  a  Filipo;  en  vista  de  ello,  se  presentó  ante  los  ate­
      nienses  una  embajada  anfictiónica,  exigiendo  el  reconocimiento  expreso  de  aque­
      llos  acuerdos.  Si  se  negaban  a  darlo,  la  asamblea  decretaría  la  proscripción
      contra  Atenas,  que  la  potencia  del  rey  de  Macedonia  estaba  en  condiciones  de
      convertir  en  realidad.  El  propio  Demóstenes  aconsejó  a  los  atenienses  que  no
      se  dejasen  arrastrar  a  una  guerra  sagrada.
          La  política  de  Filipo  siguió  desarrollándose  con  paso  seguro  y  firme.  Tenía
      ya  en  sus  manos  la  monarquía  del  Epiro;  las  ciudades  del  Peloponeso  se  pasaron
      a  su  lado,  inducidas  por  la  esperanza  de  una  lucha  común  contra  Esparta;  en  la
      Elida,  en  Sición,  en  Megara,  en  la  Arcadia,  en  Mesenia,  en  Argos,  gobernaban
      hombres  afectos  a  su  causa.  Luego  se  estableció  en  Arcanania,  concertó  una
      alianza  con  los  etolios  y  les  cedió  el  puerto  de  Naupactos,  apetecido  por  ellos.
      El poder de Atenas  veíase  cercado  por  tierra  y punto  menos  que  paralizado.  Pero
      tenían  todavía  el  mar;  su  flota  les  aseguraba  el  Quersoneso,  el  Helesponto  y  la
      Propóntide.  Allí  era  donde  Filipo  tenía  que  procurar  asestarles  el  golpe.  Sin
      dejar  de  renovar,  una  y  otra  vez,  sus  protestas  de  amistad  y  sus  intenciones
      pacíficas  hacia  ellos,  se lanzó  de  nuevo  sobre  Quersobleptes  y  los  pequeños  prín­
      cipes  tracios  emparentados  con  él,  logró  someter  el  territorio  situado  a  ambas
      márgenes  del  Hebro,  consolidó  sus  conquistas  mediante  una  serie  de  ciudades
      fundadas  por  él  tierra  adentro,  y  las  ciudades  helénicas  situadas  en  las  orillas
      del  Ponto  hasta  Odesos  aceptaron  de  buen  grado  la  alianza  que  les  propuso.
      Tan  grande era la  impresión  causada  por  sus  éxitos,  que  el  rey  de los  getas,  esta­
      blecido  en  el  bajo  Danubio,  impetró  su  amistad  y  le  envió  a  su  hija  en  prueba
      de  afección  y  de  respeto.
          Estos  éxitos,  al  mismo  tiempo,  sembraron  el  terror  entre  los  enemigos  de
      Filipo  en  la  Gran  Grecia.  Los  atenienses  exigieron  la  reposición  de  los  reyes
      tracios,  aliados  suyos  y  enviaron  cleruces  al  Quersoneso  para  defenderlo  del  peli­
      gro  que  sobre  él  se  cernía,  negándose  la  ciudad  de  Gardia  a  recibir  los  suyos;
      la  propuesta  de  Filipo  de  someter  el  litigio  a  un  tribunal  arbitral  fué  rechazada
     por  Atenas  y  por  los  estrategas  atenienses,  al  paso  que  éstos  daban  ya  órdenes
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