Page 44 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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      instituyó  un  “consejo  federal  común”,  en  el  que  cada  estado  tendría  sus  repre­
      sentantes;  era  función  de  este  sinedrio,  sobre  todo,  velar  por  “que  en  ninguno
      de  los  estados  confederados  se  decretase  ninguna  ejecución  o  deportación  contra
      las  leyes  vigentes,  ni  se  efectuase  ninguna  confiscación  de  bienes,  concelación
      de  deudas,  reparto  de  fortunas  o  manumisión  de  esclavos  con  el  fin  de  derrocar
      el  orden  existente” .  Entre  los  estados  confederados  y  el  reino  macedonio  insti­
      tuíase  una  alianza  eterna  ofensivo-defensiva;  ningún  heleno  podría  prestar  servi­
      cios  de  guerra  contra  el  rey  o  ayudar  a  sus  enemigos,  bajo  pena  de  destierro  y
      pérdida  de  todos  sus  bienes.  El  tribunal  llamado  a  conocer  de  los  actos  de  viola­
      ción  del  pacto  federal  era  el  consejo  de  los  anfictiones.  Y,  por  último,  la  clave
      de  bóveda  de  todo  el  edificio:  fué  acordada  la  guerra  contra  los  persas  “para
       vengar  las  afrentas  cometidas  por  ellos  contra  los  santuarios  helénicos”  y  se
       nombró  como  general  en  jefe  para  dirigirla  por  mar  y  por  tierra  al  rey  Filipo,
       concediéndosele  poderes  ilimitados  para  ello.
           Filipo  se  retiró  a  Macedonia  y  comenzó  a  adoptar  todos  los  preparativos
       necesarios para la gran guerra nacional,  que  se proponía  comenzar en la  primavera
       siguiente.  Los  socorros  enviados  por  los  sátrapas  a  los  tracios,  a  que  nos  hemos
       referido  más  arriba,  le  brindaban  la  justificación  jurídica  para  la  guerra  contra
       el  gran  rey.
           Es  curioso  que  por  aquella  misma  época  se  restableciesen,  sólo  que  por  el
       camino  opuesto,  los  destinos  de  Sicilia.  Los  patriotas  sicilianos,  reducidos  a  la
       más  deplorable  de  las  situaciones,  oprimidos  por  los  tiranos  y  amenazados  por
       los  cartagineses,  habían  recurrido  a  Corinto  buscando  su  salvación.  Los  helenos
       de  la  Gran  Grecia  les  enviaron,  con  poderes  limitados,  al  valiente  Timoleón.
       Después  de  derrocar  al  tirano  de  Siracusa,  fué  haciendo  lo  mismo  con  los  de
       las  demás  ciudades,  uno  tras  otro,  y  obligó  a  los  cartagineses  a  replegarse  sobre
       sus  antiguas  fronteras,  en  el  rincón  occidental  de  la  isla  (año  339).  Estableció
       en  las  ciudades  liberadas  nuevos  colonos  helénicos  en  grandes  cantidades  y  res­
       tauró  en  ellas la libertad  y  la  autonomía  democráticas;  en  Sicilia  parecía  florecer
       de  nuevo  el  régimen  político  que  se  derrumbaba  en  la  metrópoli.  Pero  el  nuevo
       estado  de  cosas  sólo  sobrevivió  por  corto  tiempo  a  la  muerte  del  hombre  mag­
       nífico  y  altamente  ensalzado  (año  337)  que  había  ayudado  a  instaurarlo;  antes
       de  que los  cartagineses  se  dispusieran  a  lanzarse  de  nuevo  al  ataque,  estas  demo­
       cracias,  corroídas  por  nuevas  disensiones  intestinas,  se  hallaban  ya  otra  vez  en
       el  camino  de  la  oligarquía  o  de  la  tiranía.  Ahora,  la  Gran  Grecia  era  la  menos
       indicada  para  salvarlas;  las  ciudades  que  aún  no  habían  sucumbido  viéronse
       acuciadas  por  nuevas  angustias  ante  el  movimiento  de  rápido  avance  de  los  pue­
       blos  itálicos;  el  rey  Arquídamo  de  Esparta,  tomado  a  su  servicio  por  los  taren-
       tinos,  encontró  la  muerte  luchando  a  la  cabeza  de  sus  mercenarios  contra  los
       mesapios,  el  mismo  día,  al  parecer,  en  que  Filipo  ganó  la  batalla  de  Queronea.
           El  resultado  de  esta  batalla  y  la  constitución  de  la  liga  corintia  proporcio­
       naron,  por lo  menos,  a  la  metrópoli  de  los  helenos  una  unidad  que  garantizaba
       la  paz  interior  y,  en  lo  exterior,  una  política  nacional  común;  una  unidad  que
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