Page 44 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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34 LA LIGA CORINTIA DEL 338
instituyó un “consejo federal común”, en el que cada estado tendría sus repre
sentantes; era función de este sinedrio, sobre todo, velar por “que en ninguno
de los estados confederados se decretase ninguna ejecución o deportación contra
las leyes vigentes, ni se efectuase ninguna confiscación de bienes, concelación
de deudas, reparto de fortunas o manumisión de esclavos con el fin de derrocar
el orden existente” . Entre los estados confederados y el reino macedonio insti
tuíase una alianza eterna ofensivo-defensiva; ningún heleno podría prestar servi
cios de guerra contra el rey o ayudar a sus enemigos, bajo pena de destierro y
pérdida de todos sus bienes. El tribunal llamado a conocer de los actos de viola
ción del pacto federal era el consejo de los anfictiones. Y, por último, la clave
de bóveda de todo el edificio: fué acordada la guerra contra los persas “para
vengar las afrentas cometidas por ellos contra los santuarios helénicos” y se
nombró como general en jefe para dirigirla por mar y por tierra al rey Filipo,
concediéndosele poderes ilimitados para ello.
Filipo se retiró a Macedonia y comenzó a adoptar todos los preparativos
necesarios para la gran guerra nacional, que se proponía comenzar en la primavera
siguiente. Los socorros enviados por los sátrapas a los tracios, a que nos hemos
referido más arriba, le brindaban la justificación jurídica para la guerra contra
el gran rey.
Es curioso que por aquella misma época se restableciesen, sólo que por el
camino opuesto, los destinos de Sicilia. Los patriotas sicilianos, reducidos a la
más deplorable de las situaciones, oprimidos por los tiranos y amenazados por
los cartagineses, habían recurrido a Corinto buscando su salvación. Los helenos
de la Gran Grecia les enviaron, con poderes limitados, al valiente Timoleón.
Después de derrocar al tirano de Siracusa, fué haciendo lo mismo con los de
las demás ciudades, uno tras otro, y obligó a los cartagineses a replegarse sobre
sus antiguas fronteras, en el rincón occidental de la isla (año 339). Estableció
en las ciudades liberadas nuevos colonos helénicos en grandes cantidades y res
tauró en ellas la libertad y la autonomía democráticas; en Sicilia parecía florecer
de nuevo el régimen político que se derrumbaba en la metrópoli. Pero el nuevo
estado de cosas sólo sobrevivió por corto tiempo a la muerte del hombre mag
nífico y altamente ensalzado (año 337) que había ayudado a instaurarlo; antes
de que los cartagineses se dispusieran a lanzarse de nuevo al ataque, estas demo
cracias, corroídas por nuevas disensiones intestinas, se hallaban ya otra vez en
el camino de la oligarquía o de la tiranía. Ahora, la Gran Grecia era la menos
indicada para salvarlas; las ciudades que aún no habían sucumbido viéronse
acuciadas por nuevas angustias ante el movimiento de rápido avance de los pue
blos itálicos; el rey Arquídamo de Esparta, tomado a su servicio por los taren-
tinos, encontró la muerte luchando a la cabeza de sus mercenarios contra los
mesapios, el mismo día, al parecer, en que Filipo ganó la batalla de Queronea.
El resultado de esta batalla y la constitución de la liga corintia proporcio
naron, por lo menos, a la metrópoli de los helenos una unidad que garantizaba
la paz interior y, en lo exterior, una política nacional común; una unidad que