Page 48 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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38                 EL  REINO  PERSA  HASTA  DARIO  III

       del  Egipto,  y  de  su  repentina  muerte,  para  sublevarse;  sus  sacerdotes,  los  magos,
       eligen  a  uno  de  ellos  para  que  ostente la  corona  de  gran  rey,  lo  hacen  pasar  por
       el  hijo  menor  de  Ciro,  eximen  a  los  pueblos  del  servicio  militar  y  del  pago  de
       los  tributos  por  un  periodo  de  tres  años;  y  los  pueblos  acatan  sumisamente  el
       nuevo  orden  de  cosas.  Al  cabo  de  un  año,  se  levanta  Darío  el  Aqueménida  con
       los  jefes  de  las  otras  seis  tribus  y  asesinan  al  mago  impostor  y  a  sus  principales
       partidarios.  “El  poder  que  había  sido  arrebatado  a  nuestro  linaje  —dice  una
       inscripción  de  Darío—  fué  recobrado  por  mí;  restauré  los  santuarios  y  el  culto
      del  divino  protector  del  reino;  por  la  gracia  de  Ormuz,  pude  recobrar  lo  que
       nos  había  sido  arrebatado  y  devolver  al  reino,  a  Persia,  la  Media  y  las  otras
       provincias,  su  felicidad,  como  en  tiempos  pasados.”
           Darío  fué  el  organizador  del  reino.  Como  no  existía  una  cultura  persa
       capaz  de  vencer  también  interiormente  y  de  transformar  a  los  derrotados  por
       la  fuerza,  como en  otro  tiempo la  de Babel  y la  de Asur;  como  la  religión  de  la
       luz,  que  constituía  la  verdadera  fuerza  y  la  gran  ventaja  del  pueblo  persa,  no
       podía  ni  quería  convertir  a  otros,  la  unidad  y  la  seguridad  del  imperio  hubieron
       de  erigirse  sobre  la  organización  del  poder  que  lo  había  instaurado  y  estaba
       llamado  a  regirlo.  Era  la  antítesis  más  completa  de  lo  que  constituía,  en  su
       desarrollo histórico, la  esencia del helenismo:  aquí, un pueblo,  dividido y  disperso
       en  innumerables  pequeñas  comunidades  regidas  por  su  libre  autonomía,  dife­
       renciadas  y  atomizadas  por  las  fuerzas  de  un  dinamismo  y  una  peculiaridad
       inagotables;  allí, entre los persas,  muchas  naciones, la  mayoría  desellas ya  caducas
       e  incapaces  de  modelar  su  vida  con  formas  propias,  aglutinadas  por  la  fuerza
       de las  armas y  mantenidas  en  cohesión  por  la  rígida  y  orgullosa  superioridad  del
       pueblo  persa,  con  el  gran  rey,  el  “hombre  divino”,  a  su  cabeza.
           Esta  monarquía,  cuyos  dominios  se  extienden  desde  el  mar  de  los  griegos
       hasta  el  Himalaya,  desde  el  desierto  africano  hasta  el  lago  de  Aral,  deja  que  lps
       pueblos  a los  que agrupa vivan  a  su  modo,  los  ampara  en  aquello  “que  demanda
       su  derecho”,  se  muestra  tolerante  con  todas  las  religiones,  vela  por  el  comercio
       y  el  bienestar  de  sus  pueblos,  respeta  incluso  sus  príncipes  tribales,  con  tal  de
       que  se  sometan  al  monarca  y  paguen  sus  tributos,  pero  levanta  sobre  todos
       ellos la  fuerte  y  estrecha  urdimbre  de  una  unidad  militar  y  administrativa  cuyos
       titulares  salen  de  la  tribu  dominante,  la  de  los  “persas  y  medos” .  La  identidad
       de  religión,  una  vida  ruda  y  rigurosamente  adiestrada  en  el  campo  y  en  los
       bosques,  la  educación,  en  la  corte  y  bajo  la  mirada  atenta  del  gran  rey,  de  la
       juventud  noble  llamada  al  servicio  del  estado,  el  poder  guerrero,  concentrado
       en  la  misma  corte,  de  los  diez  mil  inmortales,  los  dos  mil  lanceros  y  los  dos
       mil  jinetes,  que  afluyen  de  todas  las  partes  del  reino  para  servir  en  la  ciudadela,
       los  tributos  y  regalos  que  van  acumulándose  en  las  arcas  del  imperio,  la  rigurosa
       jerarquía  de  los  nobles  reunidos  en  torno  a  la  corte,  hasta  llegar  al  rango  de  los
       “compañeros  de  mesa”  y  los  “parientes”  del  gran  rey:  todo  ello  junto,  da  a
       la  potencia  central  del  imperio  la  fuerza  y  el  brío  necesarios  para  actuar  como
       el  centro  aglutinante y  dominador.  La  red  de  caminos  construidos  a  lo  largo  de
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