Page 50 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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40                 EL  REINO  PERSA  HASTA  DARIO  III


          Tales  son  los  rasgos  fundamentales  de  esta  estructura  de  poder,  basada  en
      la  esencia  más  genuina  del  pueblo  persa,  en  su  tradicional  y  sencilla  sumisión
      al  cabeza  de la  tribu y en  la  nota  orgullosa  de  la  legitimidad,  procedentes  ambas
      de  la  antigua  organización  gentilicia.  Esta  grandiosa  organización  de  poder  des­
      pótico  giraba  toda  ella en  torno  al  principio  de  que la  dignidad  y  el  poder  perso­
      nales  de  quien  lo  encarnaba  se  transmitían  a  cada  uno  de  sus  sucesores,  de  que
      Ja  corte y el  harén cerca  de  él y los  sátrapas  y los  jefes  militares,  más  a  distancia,
      se  hallaban  dirigidos  e  inspirados  por  él  en  todo  momento,  y  de  que  el  pueblo
      dominante  se  mantenía  fiel  a  sí  mismo  y  a  su  disciplina  y  austeridad  tradicio­
      nales  y  a  su  devoción  incondicional  al  dios-rey.
          El poder de los  persas alcanzó bajo  el  primer Darío  el  máximo  florecimiento
      de  que  era  capaz;  hasta  los  pueblos  a  él  sometidos  bendecían  su  gobierno;  inclu­
      so  en  las  ciudades  griegas  había  siempre  hombres  prestigiosos  dispuestos  a
      someterse de buen grado y a someter a  sus  conciudadanos  al  yugo persa  para  sus­
      traerse  a  la  tiranía;  podemos  estar  seguros  de  que  ello  no  acrecentaría  preci­
      samente  el  respeto  moral  de  los  nobles  persas  ante  los  listos  helenos.  Después
      de  Darío  y  después  de  las  derrotas  de  Salamina  y  de  Micala,  empezaron  a  ma­
      nifestarse  los  síntomas  de  la  parálisis  y  la  decadencia  a  que  un  imperio  como
      aquél,  incapaz  de  desarrollo  interior,  tenía  necesariamente  que  verse  expuesto
      tan  pronto  como  dejase  de  crecer  por  medio  de  la  victoria  y  la  conquista.  Ya  a
      la  muerte  de  Jerjes  empezó  a  advertirse  el  relajamiento  de  la  energía  despótica
      y a  hacerse  sentir la  influencia  de  la  corte  y  del  harén.  Persia  había  perdido  las
      conquistas logradas  en  las  costas  tracias,  en  el  Helesponto  y  el  Bosforo,  las  islas
      y  ciudades  helénicas  del  litoral  del  Asia  Menor;  pronto  algunos  de  los  pueblos
      sometidos  intentaron  liberarse  del  yugo  persa,  y  la  sublevación  del  Egipto  y
      los  intentos  de  restauración  de  la  dinastía  tradicional  eran  apoyados  desde  la
       Hélade. Y cuanto mayor era la fortuna  con que peleaban los  sátrapas  de las  regio­
       nes  avanzadas  y  más  veían  aflojarse  la  voluntad  y  la  energía  personales  de  su
       señor,  con  mayor  audacia  gobernaban  sus  territorios  en  su  propio  interés  y
       mayor era  el descaro  con que  aspiraban  a  implantar una  autoridad  propia  y  here­
       ditaria en sus satrapías.  Sin embargo,  la  trabazón  del  imperio  era  todavía  lo  bas­
       tante  fuerte y la  disciplina  y la lealtad  de  que  seguían  dando  pruebas  la  nobleza
       y  el  pueblo  persas  lo  suficientemente  vivas  para  poner  remedio  a  los  males  que
       apuntaban  aquí  y  allá.
           El  peligro  empezó  a  revestir  caracteres  de  mayor  gravedad  cuando,  a  la
       muerte  de  Darío  II  (424-404),  el  hijo  menor  de  éste,  Ciro,  se  sublevó  contra
       su hermano mayor, Artajerjes  II,  que  ceñía ya la  tiara.  Ciro,  que  no había  nacido
       como  su  hermano  antes  de  que  el  padre  subiese  al  trono,  sino  cuando  éste  era
       ya  rey,  creía  tener  mejores  títulos  para  reinar  que  su  hermano,  por  las  mismas
       razones  por  las  que,  años  atrás,  Jerjes  había  sucedido  en  el  trono  a  Darío;  era
       el  favorito  de  su  madre  Parisátile,  y  su  padre,  siendo  rey,  le  había  enviado
       al  Asia  Menor  como  “caranos”,  como  “señor’ ,  confiriéndole,  a  lo  que  parece,
       las  satrapías  de  la  Capadocia,  la  Frigia  y  la  Lidia.  Mientras  que  los  dos  anterio­
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