Page 52 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 52
42 EL REINO PERSA HASTA DARIO III
la organización del imperio, si un ejército enemigo tan exiguo podía cruzar
impunemente por tres o cuatro satrapías y despreciar sus fortalezas fronterizas?
Jamás habría podido el príncipe sublevado cruzar los pasos del Tauro si el
sátrapa de Cilicia, descendiente de la vieja tribu de los sieneses, hubiese cumpli
do con su deber, y si la flota persa, mandada por el egipcio Tamos, hubiera
hecho otro tanto. Y sobre todo, el hecho de que Ciro, dotado de excesivos
poderes en las satrapías avanzadas, empapadas de elementos helénicos que
afluían a ellas desde todas las partes de la costa, hubiese podido reunir en torno
suyo una masa tan grande de gentes de guerra de procedencia griega, demostra
ba que en lo sucesivo era necesario dirigir el gobierno de aquellas satrapías con
mayor cautela y rigor que hasta entonces. No había que echar al sistema de las
satrapías la culpa de lo ocurrido; la'falta era del poder central, que había permi
tido que los caranos y los sátrapas se acostumbrasen a gobernar por sí y ante sí,
a mandar en sus dominios como señores territoriales, a convertir a los tiranos
de las ciudades, a los arrendatarios de impuestos y a los favoritos bien remune
rados en servidores personales suyos, reuniendo de ese modo el poder suficiente
para desafiar al de arriba y oprimir a los de abajo.
Tal vez, sin embargo, no fuese precisamente entonces, sino antes, cuando
se procedió a aumentar el número de satrapías del Asia Menor -—que en la
organización administrativa de Darío I eran solamente cuatro—, desdoblando
en tres —la de Frigia en el Helesponto, la de la Gran Frigia y la de la Capa-
docia— la gran satrapía de Frigia que antes de desintegrarse abarcaba toda la
meseta interior, desde la Propóntide hasta el Tauro y las montañas armenias,
desglosando de la satrapía de Jonia toda la Caria y las costas meridionales hasta
Cilicia y, finalmente, dejando a Cilicia sin sátrapa para ser gobernada directa
mente, a lo que parece, por el poder central.
Los espartanos, bajo la dirección del rey Agesilao, hallábanse ahora en con
diciones de afrontar la lucha contra el imperio en sus territorios avanzados.
Tisafernes, reintegrado a su función anterior, no procedió con la necesaria
energía ni consiguió todo lo que se esperaba de él, y esto dió a la madre del rey
el pretexto que apetecía para vengar la muerte de su hijo favorecido en la perso
na por ella odiada; Tisafernes fué destituido del mando y se le envió un sucesor,
con órdenes de darle muerte.
El levantamiento en armas del Egipto, ocurrido al mismo tiempo, repre
sentaba un serio peligro. Todavía en la batalla de Cunaxa habían peleado tropas
egipcias en el ejército del gran rey; pero entre los griegos que combatían por Ciro
se sabía ya que el Egipto había desertado del campo de los persas; Tamos, el
que mandaba la flota persa, había huido a las costas egipcias con sus barcos y
Esparta mantenía contacto con Menfis y había recibido de allí subsidios y la
promesa de nuevos refuerzos. Había razones sobradas para temer que las ciu
dades fenicias y Chipre, donde el rey Evágoras fomentaba celosamente el hele
nismo, siguiesen el ejemplo del Egipto; todo el poder marítimo de Persia estaba
en entredicho, al paso que las fuerzas armadas terrestres de Grecia asediaban las