Page 56 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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46 EL REINO PERSA HASTA DARIO III
banse a la realidad, pues la obra de reunir al ejército del imperio no era tan
rápida. Además, antes de que se pusiera en marcha, había venido a unirse a la
sublevación del Asia Menor, que todavía duraba, la de Fenicia. Los sidonios,
al mando de su príncipe Tenes, convencieron en Trípoli a las demás ciudades
de que desertasen de los persas; los sublevados aliáronse con Nectanebis, des
truyeron los palacios y jardines reales, pegaron fuego a los almacenes y asesinaron
a los persas, a quienes sorprendieron en las ciudades; todas ellas y principalmente
la de Sidón, famosa por sus riquezas y su inventiva, se preparaban con gran
entusiasmo para la guerra, reclutando soldados y construyendo naves. El gran rey,
cuyo ejército se había concentrado cerca de Babilonia, ordenó al sátrapa Be
lesis, de Siria, y a Mazayo, gobernador de Cilicia, que atacasen a Sidón. Pero
Tenes, apoyado por 4,000 mercenarios griegos al mando de Memnón, que le
había enviado de Egipto Nectanebis, hízose fuerte. Al mismo tiempo, se levan
taron las nueve ciudades de Chipre y se aliaron a los egipcios y los fenicios,
con el deseo de hacerse independientes bajo sus nueve príncipes. También ellas
prepararon sus naves y enrolaron mercenarios griegos. En cuanto a Nectanebis
estaba magníficamente preparado; mandaban sus tropas el ateniense Diofanto y
el espartano Lamió.
“Ojos —dice un orador ateniense de esta época— no tuvo más remedio
que retirarse, cubierto de ignominia.” Pero no cejó en su empeño. Preparó
una tercera expedición e intimó a los estados helénicos a que le apoyasen;
ocurría esto en las últimas fases de la guerra sagrada; Tebas le envió 1,000 solda
dos al mando de Lácrates y Argos 300, mandados por Nicóstrato; en las ciudades
griegas del Asia fueron reclutados 6,000 hombres, puestos bajo el mando del
eunuco Bagoa. El gran rey ordenó al sátrapa Idrieo, de Caria, que atacase a
Chipre, mientras él se dirigía contra las ciudades fenicias. Estas se amilanaron
ante aquella superioridad de fuerzas tan enorme; sólo los sidonios estaban resuel
tos a resistir hasta el final, e incendiaron sus naves para impedir de antemano
toda posible huida. Pero el rey Tenes, aconsejado por Mentor, había entablado
ya negociaciones con el enemigo y ambos abandonaron la ciudad; cuando los
de Sidón vieron que la ciudadela y las puertas de la ciudad estaban ya en manos
del enemigo y que no había salvación posible, pegaron fuego a la ciudad y
perecieron entre las llamas; se dice que encontraron la muerte allí 40,000 hom
bres, Los reyes de Chipre se dejaron ganar por el pánico, y se sometieron.
La caída de Sidón abría a las tropas persas el camino del Egipto. El ejér
cito del gran rey siguió, bordeando la costa, hacia el sur; no sin sufrir considerables
pérdidas, logró cruzar el desierto que separa el Asia de Egipto y llegar al pie de
las murallas de la fortaleza fronteriza de Pelusion, defendida por 5,000 griegos
al mando de Filofrón; los tebanos mandados por Lácrates, afanosos por conser
var su fama de guerreros, lanzáronse inmediatamente al asalto y fueron recha
zados; sólo la noche, que estaba cayendo ya, los libró de sufrir aún mayores
pérdidas. Nectanebis tenía razones para confiar en salir victorioso de la lucha:
contaba con 30,000 griegos, un número no menor de libios, 60,000 egipcios y,