Page 47 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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EL  REINO  PERSA  HASTA  DARIO  III           37

       no  se  conocían  el  frío  ni  el  calor,  la  muerte  ni  las  pasiones,  y  reinaba  la  paz
       por  doquier.  Y  el  rey  proclamaba,  lleno  de  orgullo:  “Yo  soy  quien  da  la  inteli­
       gencia  a  los  hombres,  ningún  rey  ha  sido  coronado  como  yo;  la  tierra  se  ha
       amoldado  a  mi voluntad;  a  mí  deben  los  hombres  la  comida,  el  sueño  y  el  gozo;
       por  eso  deben  honrarme  y  reverenciarme  como  al  creador  del  mundo.”  Hasta
       que  el  resplandor  divino  se  apartó  de  él;  entonces  cayó  bajo  la  acción  de  Zohak,
       el  funesto,  y  comenzó  su  espantosa  dominación;  se  abrió  así  una  época  de  des­
       órdenes  bestiales,  de  la  que  surgió,  por  fin,  Feridún,  el  héroe;  éste  y  tras  él  su
       linaje,  el  de  los  “hombres  de  la  primera  fe”,  reinaron  sobre  el  Irán,  en  incesan­
       tes  y  duras  luchas  con  los  malignos  turanios,  hasta  que  bajo  el  sexto  -de  este
       linaje  después  de  Feridún,  el  rey  Gustaspo,  apareció  Zoroastro,  el  mensajero  del
       cielo,  encargado  de  adoctrinar  al  rey  para  que  pensara,  hablara  y  obrara  con
       arreglo  a  la  ley.
           La  nueva  ley  basábase  en  la  eterna  lucha  entre  la  luz  y  las  tinieblas,  en  la
       lucha  de  Ormuz  y  los  siete  archípríncipes  de  la  luz  contra  Arimán  y  los  siete
       archipríncipes  de  las  tinieblas;  unos  y  otros,  seguidos  de  sus  legiones,  peleando
       por  dominar  el  mundo;  todo  lo  creado  pertenece  a  la  luz,  pero  las  tinieblas
       toman  también  parte  en  esta  incesante  lucha;  sólo  el  hombre  se  interpone  entre
       los  dos  bandos,  libre  para  optar  entre  ayudar  al  bien  o  dejar  que  prevalezca  el
       mal.  Los  hijos  de  la  luz,  los  iranios,  libran  la  gran  batalla  a  favor  de  Ormuz,
       luchan  por  someter  el  mundo  a  su  imperio,  por  ordenarlo  con  arreglo  a  la  ima­
       gen  luminosa  de  este  dios  y  mantenerlo  en  la  prosperidad  y  la  pureza.
           Tal  la  fe  de  este  pueblo  y  tales  los  impulsos  de  los  que  brota  su  vida  his­
       tórica;  unos,  dedicados  a  la  agricultura,  otros  formando  tribus  entregadas _al
       pastoreo  en  aquel  país  montañoso  llamado  la  Pérsida,  entre  ellos  los  linajes
       nobles,  con  sus  innumerables  ciudadelas  cuyo  recuerdo  perdura  a  través  de  los
       siglos  y  a  la  cabeza  de  los  cuales  figura  la  tribu  de  los  pasargadas,  de  cuyo
       linaje  más  egregio,  el  de  los  aqueménidas,  salieron  los  primeros  reyes  del  pueblo.
       Ciro,  el  hijo  del  rey,  contempla  en  la  corte  del  gran  rey,  en  Ecbatana,  un  es­
       pectáculo  tal  de  soberbia,  de  relajamiento  y  de  vida  despreciable,  que  considera
       necesario  conquistar  el  gobierno  de  aquel  reino  para  su  pueblo,  mucho  más
       severo.  Convoca,  según  reza  la  leyenda,  a  las  tribus;  un  día  las  hace  roturar  una
       extensión  de  tierra  y  sentir  toda  la  pesadumbre  de  su  condición  de  súbditos,  y
       al  día  siguiente  las  reúne  para  celebrar  un  solemne  banquete;  las  invita  a  que
       elijan  entre  aquella  triste  vida  de  siervos  de  la  gleba  y  la  vida  magnífica  del
       vencedor;  y  sus  tribus  eligen  el  camino  de  la  lucha  y  la  victoria.  Sale  al  frente
       de sus  hombres  a  pelear  contra los  medas,  los  vence  y  se  hace  dueño  y  señor  de
       su  reino,  que  se  extiende  hasta  las  riberas  del  Halis  y  del  Jajartes.  Sigue  com­
       batiendo, y somete al reino de Lidia y a todas las tierras hasta el mar de los jaones,
       y  al  reino  babilónico  hasta  las  fronteras  del  Egipto.  Cambises,  el  hijo  de  Ciro,
       incorpora  al  imperio  el  reino  de  los  Faraones;  ninguno  de  los  pueblos  y  reinos
       de  vieja  historia  es  capaz  de  resistir  a  los  embates  de  aquel  pueblo  joven.  Pero
       los  medas  se  aprovechan  de  la  marcha  del  gran  rey  hacia  el  desierto,  a  través
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