Page 43 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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LA  LIGA  CORINTIA  DEL  338                33

          Pero  no  se  crea  que  los  atenienses  obraban  así  movidos  solamente  por  el
      temor  de  que  el  rey  pretendiese  cimentar  su  obra  sobre  la  Hélade;  el  partido
      macedonio  con  que  ya  contaba  Filipo  o  que  se  creó  ahora,  ante  la  nueva  situa­
      ción,  no  estaba  integrado  solamente,  ni  mucho  menos,  por  traidores  y  gentes
      vendidas  al  enemigo,  como  quiere  hacernos  creer  Demóstenes.  Es  significativo
      que  uno  de los  partidarios  más leales  del  rey  fuese  Demaratos  de  Corinto,  amigo
      de  Timoleón  y  compañero  suyo  de  luchas  en  la  campaña  de  liberación  de  Sici­
      lia,  entregado  como  nadie  a  la  gran  idea  de  la  lucha  nacional  contra  los  persas.
      Es  posible  que  otros  muchos  abrazasen  también  el  punto  de  vista  que  Aristóte­
      les expresa al  sostener que  sólo la  monarquía  era,  por  su  propia  naturaleza,  capaz
      de  colocarse  por  encima  de  los  partidos  que  destrozaban  la  vida  política  de  Gre­
      cia  y  de  instaurar  el  régimen  de  gobierno  del  justo  medio,  “pues  la  misión  del
      rey  es  la  del  guardián  llamado  a  velar  por  que  los  poseedores  no  sean  perjudi­
      cados  en  sus  fortunas  ni  el  demos  tratado  con  despotismo  ni  con  arrogancia” .
      La  tiranía,  tantas  veces  intentada,  no  había  logrado  llevar  a  cabo  esta  obra,
       “porque  no  descansa,  como  la  monarquía  de  viejas  raíces,  en  títulos  propios,  sino
       sobre  el  favor del  demos  o  sobre la violencia y el  desafuero” .
          Ahora  bien,  ¿fué  éste,  realmente,  el  sentido  que  Filipo  imprimió  a  su  po­
       lítica?
           Sin  poner  el  pie  en  tierra  ática,  avanzó  con  sus  tropas  al  Peloponeso.  Ciu­
       dades  como  Megara,  Corinto,  Epidauro  y  otras,  resueltas  a  defenderse  detrás
       de  sus  murallas,  apresuráronse  a  pedir  la  paz;  el  rey  fué  concediéndosela  a  cada
       una  por  separado,  a  los  corintios  bajo  la  condición  de  que  entregasen Acrocorm-
       to  a  una  guarnición  macedonia;  a  estos  convenios  de  paz  siguieron  otros,  a  lo
       largo  de la  marcha  de  los  macedonios  a  través  del  Peloponeso,  dándose  a  todas
       las  ciudades  instrucciones  para  que  enviasen  sus  embajadores  a  Corinto  con
       plenos  poderes  para  concertar  la  paz  general.  Esparta  fué  la  única  que  se  negó
       a  todo  acto  de  sumisión;  Filipo  cruzó  el  territorio  de  Laconia  hasta  llegar  al
       mar  y  luego,  ateniéndose  al  fallo  de  un  tribunal  arbitral,  estableció  las  fronteras
       de  Esparta  con  Argos,  Tega,  Megalópolis  y  Mesenia,  haciendo  que  los  pasos
       más  importantes  quedasen  en  manos  de  quienes  habrían  preferido  verse  libres
       de  todo  cuidado para  el  porvenir con  la  destrucción  del  odiado  estado  espartano.


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           Ya  se  hallaban  reunidos  en  Corinto  los  representantes  de  todos  los  estados
       de  la  Hélade  —menos  los  de  Esparta—;  en  esta  asamblea  se  concertó,  tal  vez
       a  base  de  un  proyecto  presentado  por  el  rey  Filipo,  del  que  sabemos  con  segu­
       ridad  que  no  revistió  la  forma  de  una  orden  macedónica,  “la  paz  común  y  el
       tratado  federal” .  Las  bases  de  esta  federación  eran  la  libertad  y  autonomía  de
       todas  las  ciudades  helénicas,  la  posesión  libre  y  sin  trabas  de  sus  propiedades,
       recíprocamente  garantizadas,  libertad  de  tráfico  y  una  paz  constante  entre  ellas.
       Para  garantizar  estas  bases  y  aplicar  las  normas  que  de  ellas  se  derivasen  se
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