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ix6           G. Marañón

                            ced a esa misma inteligencia, a lo que
                            el bruto no osaría hacer: a comer has­
                            ta hartarse y después guardar lo que
                            ya no le sirve para subsistir, y hacerse
                            millonario, mientras a su lado perecen
                            otros hombres hambrientos. Y a hun­
                            dirse ciegamente, después de satisfe­
                            cho su erotismo, en los abismos inúti­
                            les de la sensualidad.
                              Se hace entonces necesaria la ley.
                            Pero el magistrado que la dicta sabe
                            muy bien que con ella coarta, en pro de
                            la sociedad, los desmanes del hombre
                            perverso, del que utiliza su santa liber­
                            tad humana para el mal; mas, a la vez,
                             inevitablemente, aprisiona el impulso
                             generoso y altruista del hombre de ex­
                             cepción. Por eso, a medida que la ley
                             es más fuerte, la sociedad está más se­
                             gura, pero disminuyen inevitablemente
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